La profesionalidad y atención con que el personal de la Comisaría de la Estación Chamartín se tomó el asunto a partir de ese momento es digna de alabar en un país donde tendemos a pensar que cualquier funcionario público pasa de todo. Pues no. Con la inestimable ayuda de la aplicación que nos daba la posición del iPad, en cada una de las paradas la policía se molestó en intentar localizar al sujeto que se lo había llevado. Con la esperanza intacta gracias a los agentes, nos montamos en un AVE camino de nuestro destino inicial, en permanente contacto con ellos para seguir dándoles referencias de posición.

Y una vez sentados, tras haber tenido que pagar otros treinta euros por los nuevos billetes, llegó la parte más cutre de esta historia. Los que hagan uso a menudo del tren sabrán a qué me refiero. Como en clase Turista los viajeros no merecemos la deferencia de disponer de un enchufe, y la batería del Iphone que nos ayudaba a seguir al amigo de lo ajeno estaba en las últimas, nos acercamos a los vagones de clase Preferente, dónde uno si puede cargar sus equipos en el asiento. Lujo asiático. Conviene destacar que a ojo de buen cubero la ocupación de los vagones de gama alta sería del 5%. Vamos, que no había un alma. Llegado el revisor a nuestro encuentro, y explicado el problema, con muy buenas formas nos vino a decir que se la traía al pairo. Se marchó unos minutos, y cuando volvió tuve que abonar catorce euros más por unos minutos de enchufe vitales para seguir informando a la policía sobre la situación del aparato sustraído. Todo un ejemplo de comprensión y ayuda al cliente en un momento de necesidad. Gracias a esa energía mendigada primero y pagada como si fuese combustible de un Fórmula 1 después, pudimos informar a los buenos profesionales de la policía de que el iPad seguía su camino hacia Santander.

Pasadas casi seis horas desde la desaparición de la tableta, y esquivado también el control en la estación de Santander por parte de la persona que la llevaba encima, el GPS se paró por fin en una casa de una urbanización de Camargo (Cantabria), a más de cuatrocientos kilómetros de Chamartín.  Una pareja de la Guardia Civil de la zona se disponía a llamar al timbre de la casa cuando fue mi teléfono el que sonó, y al otro lado se encontraba alguien deseando devolverme mi herramienta de trabajo. Seguramente el mensaje enviado para que apareciese en la pantalla del iPad, en el que le comunicaba que conocía su situación exacta, influyó de forma positiva en el arreglo amistoso del asunto.

La profesionalidad de nuestra Policía y Guardia Civil, y la alegría por recuperar el iPad, sólo queda empañada por la actitud de ese revisor del AVE, incapaz de entender lo vital que era la única oportunidad que nos quedaba para no perder la tableta y su contenido. A catorce euros cobran en el AVE la media hora de enchufe, aunque enseñes una denuncia y tengas al otro lado del teléfono a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tratando de echarte una mano en un momento de apuro. Dos billetes Alvia en clase Turista que no pudimos utilizar. Treinta euros más para cambiarlos por unos en un AVE posterior, y catorce para poder enchufar el teléfono. A alguien le salió rentable (no sé ya si es Renfe, Adif o cómo se llame ahora) que alguien se quedase con mi iPad... en su estación, por cierto. Menos mal que en este país todavía quedan servidores públicos dignos de llamarse así. Son muchos, pero esta columna de hoy va para los que día a día se baten el cobre en la Comisaría de la Estación de Chamartín. Buen servicio, y gracias.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin