En las últimas semanas se ha producido un debate enconado (como todos los que se tienen lugar en el último tiempo) entre partidarios de abandonar la red social X, y migrar sus ocurrentes comentarios de la vida cotidiana a la recién estrenada, pero muy exitosa, Blue Sky, y los defensores de “mantener la pelea” en la antiguamente conocida como Twiter.
Pongo por delante que yo soy de las primeras. Estoy muy contenta con esta decisión y respeto a cualquier persona que haga lo que considere con su tiempo y su atención, que en última instancia es de lo que estamos hablando, de nuestra atención y nuestro tiempo, y de las ganancias económicas y políticas que producen.
Lo que me parece menos respetable son las metáforas grandilocuentes que pretenden, no tanto explicar una decisión personal, sino situarse en una especie de superioridad moral en la opción que se adopta. Me parece menos respetable porque implica desenfocar el debate de lo que está pasando con las redes sociales y las consecuencias para nuestra sociedad, que es lo relevante, para llevarlo al lugar de supuestos valientes y cobardes.
Quienes pensamos que lo personal es político, no podemos evitar llevarnos las metáforas a nuestra vida cotidiana, especialmente las que se refieren a patios de colegio, que nos obliga a pensar en qué haríamos si nuestros hijos tuvieran que enfrentarse a un matón. Ahí la metáfora se viene abajo, al menos en mi universo de valores, porque yo nunca le diría a mi hijo que un acto violento se contesta con más violencia, porque no es un aprendizaje que desee para mi hijo, poque no creo que la ley del más fuerte deba ser la lógica que regule las relaciones sociales.
De la misma forma, cuando se habla de dar batalla y de valentía, se me vienen las metáforas abajo al pensar que, en mi universo de valores, no es valiente el que se va sólo a la batalla con un arma que dispara por la culata.
Y ahí, es donde me surge la reflexión política que me parece útil para lo que está viviendo la sociedad actual, en relación con las redes sociales. Si todos nos movemos en ese nuevo mundo, como antes nos movíamos en otros espacios de relación e influencia, las redes sociales en particular son espacios públicos que no pueden ser ajenos a las leyes que operan en el resto de los espacios públicos, por más que sean de propiedad privada.
Hay quien no comparte esta visión, pero a mí me parece obvio al equipararlo con un centro comercial; espacio de propiedad privada, de libre acceso para todo el que quiera, que está destinado al enriquecimiento de quienes en ellos operan, en los que el enriquecimiento depende de la capacidad de los operadores para convencer a los paseantes en gastar dinero, pero que. a diferencia de las redes sociales, están obligados a cumplir las normas del resto de la sociedad.
Para mí, esta es la batalla, que las redes sociales dejen de ser espacios donde no operan las reglas más básicas del estado de derecho, donde el propietario puede imponer sus reglas opacas y, con sus actos, y por el bien de sus propios intereses, perjudicar el interés general.
Esto es lo que debe terminar, y en eso hay muchas estrategias posibles, sin duda una batalla política por exigir a nuestras instituciones que garanticen que esos espacios públicos dejan de ser posible prácticas empresariales y políticas que condenan a la más absoluta indefensión a quienes los usan, especialmente a los más jóvenes, pero también caben estrategias de construcción de espacios alternativos, más sanos y transparentes, que permitan el encuentro de muchos para sumar fuerzas en otra forma de actuar y de relacionarse digitalmente, que aspire a proteger algunos intereses comunes básicos, y que además, consiga algo más importante, que es boicotear, por incomparecencia de nuestra atención y nuestro tiempo, los objetivos del dueño de esas redes.
Para mí esto es lo que da sentido al movimiento migratorio digital de estos días, es perfectamente legítimo no querer formar parte de ese movimiento, pero lo que, a mi juicio, no cabe de ninguna de las maneras, es tratar de convencer a la población indefensa de que tienen alguna opción, con su participación individual, de ganar una batalla tan asimétrica y amañada que sólo se entiende mantenerla si se es parte de las mismas prácticas violentas que son premiadas en la batalla de la atención, y si a quien las practica poco le importa nada más que sus propios intereses, económicos o políticos.