Se han dicho y se dirán muchas cosas a favor y en contra de los “días de reflexión” que se tomó recientemente el presidente Sánchez; pero creo que está fuera de toda duda que esa acción ha puesto en la agenda principal las tensiones, desviaciones y manipulaciones del universo mediático español. Ha hecho lo más difícil en estos tiempos de polarización extrema: abrir la puerta a que algunos se rasguen las vestiduras y otros se tienten la ropa a cuenta de una supuesta libertad para informar, que ahora consideran en peligro. De esta forma creen que pueden seguir ahondando en las críticas y, en consecuencia, debilitar aún más al Gobierno. Veremos.
Lo malo es que caen, de entrada, en el error de considerar que son ellos, desde sus medios, los propietarios y administradores de esa manera de hacer periodismo; cuando se trata de un derecho constitucional, consagrado en el artículo 20 de nuestra Carta Magna, que entrega a los ciudadanos esa función y exige, en consecuencia, un respeto absoluto a la verdad y al contraste de fuentes, sin darse un centímetro de libertad para reinterpretar la realidad que a ellos les pueda convenir.
En la práctica, es trasladar al mundo de los medios lo que le ocurre a la derecha española, que se considera con el deber absoluto de detentar el poder, a pesar de que los ciudadanos se empeñen, con frecuencia, en lo contrario. Este lastre franquista que subyace en este pensamiento, lejos de aminorar, se acrecienta e invade otros aspectos de la sociedad, como la cultura y el entretenimiento, de modo que el gran beneficiado es Vox y el PP tiene contínuamente que dar codazos para demostrar que está ahí y es alternativa de Gobierno. Es triste pensar que los populares han perdido la oportunidad de convertirse en esa derecha moderada europea que muchos españoles siguen esperando y a la que votarían sin dudarlo.
Ocurre, además, un efecto diabólico en algunos medios tradicionales, que recurren a las mismas tretas y comportamientos que las pseudo cabeceras digitales, que sólo son correas de transmisión de grupos de poder, sin importarles lo que decíamos antes, la verdad y las fuentes. Uno de esos periódicos que se autodefinen como garantes de la verdad absoluta, colocó recientemente en su portada, a toda plana, a Tamara Falcó y sus cuestiones personales con su marido. Más abajo, los negocios de Alonso Aznar con grandes fortunas y su encuentro con el presidente argentino, el simpar Milei. Como puede comprobarse, dos temas de gran impacto e interés para los españoles.
Con esta suerte de tratamiento de la información, se produce un efecto de relativización de la verdad, que permite a otros trabajarla a su antojo y ofrecer interpretaciones de la realidad sin base. Es lo que ocurre también con las encuestas a la carta, que producen titulares cogidos con alfileres. Es otra de las habituales maneras de la “prensa seria”. No son precisamente un modelo de estudio sociológico basado en objetivos científicos; más bien estamos ante unos trabajos low cost cuyos efectos finales ya están predeterminados: un titular contra Sánchez.
Ahora que estamos en campaña electoral, habría que hacer una llamada de atención y reflexionar sobre el trabajo que estamos haciendo los periodistas en nuestros medios. Porque tengo la sensación de que nuestro mundo gira y gira sin escuchar esos cantos de sirena. Los ciudadanos se levantan a diario considerándonos un mal menor, aprisionados por un día a día que resulta cada vez más difícil superar, mientras que los púlpitos civiles reclaman la atención cada vez con más dureza dialéctica, sin importarles la equidistancia y el respeto.
Está muy bien entonces que el presidente haya puesto este tema en la agenda.
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