Aún quedan en Sevilla históricos bares que resisten la marea de la modernidad, el turismo masivo y las franquicias. Hay que saber buscarlos y aprovechar al máximo la calidad y confianza que ofrecen. Pero, oh sorpresa, muchos de ellos han decidido no abrir desde hoy hasta el martes 9, precisamente los días en que, según el Ayuntamiento, la ciudad podría alcanzar el millón de habitantes (oficialmente no llega a los 685.000), por el efecto del propio Puente y el buen tiempo que se espera; la disputa, el sábado, de un Betis - Barcelona y, sobre todo, la celebración de la Procesión Magna, con el desfile procesional de ocho imágenes religiosas de gran devoción local y provincial, incluyendo el Gran Poder o la Macarena, entre otras.

El Ayuntamiento ha implantado la Ley Seca en toda la zona (prohibición expresa de venta de alcohol y retirada de veladores durante todo el fin de semana) con lo que, muy gráficamente, el propietario de un conocido bar ha dicho que no le compensa abrir “para que solo haya clientes que vayan al servicio y pidan vasos de agua”.

Esta es una parte del reto que asume el Ayuntamiento de la ciudad, con el 100% de la plantilla de Policía Local en la calle y un refuerzo muy importante de Limpieza y servicios de Movilidad, con un muy alto coste económico, cifrado en 3 millones de euros, de los que la Junta de Andalucía pone 600.000. Gráficamente, se calcula desde el Consistorio que será “como tener tres Domingos de Ramos juntos”, algo impensable hasta ahora. La pregunta es si se multiplicarán también por 3 los servicios a los ciudadanos pues, de lo contrario, se podrían producir problemas de masificación y falta de equipamientos. Quien vive un Domingo de Ramos en esta ciudad sabe de lo que hablo.

Sevilla se juega su reputación y asume un coste económico muy alto que la enseñará hacia afuera, repartirá imágenes de ciudadanos devotos y los comentaristas de televisión insistirán en la suprema devoción mariana, que convierte a la ciudad de la Giralda en faro del occidente católico, con la ayuda de los poderes públicos, cueste lo que cueste.

Van a ser 48 horas de una capital muy tensionada, con cientos de miles de visitantes necesitados de servicios básicos y varios acontecimientos concurrentes. Además, la ciudad debe continuar con su vida, garantizar la movilidad y el derecho de los ciudadanos a la libre circulación. Un reto que, ojalá, no suponga problemas de organización, porque eso redundaría en el bien intangible más importante, como es su reputación.  

Que muchos de los tradicionales establecimientos de hostelería hayan decidido no abrir es una señal de que esta inversión hacia afuera, de tan alto coste económico, puede no resultar rentable a medio y largo plazo, por muchas horas que los medios locales de comunicación se lleven insistiendo en que vivimos en la ciudad más mariana del mundo.      

Por otra parte, desde los hoteles no llegan mensajes de máxima ocupación, precisamente porque la celebración de la procesión ha alejado al viajero tradicional en estas fechas, pues lugares emblemáticos como la Catedral o el Alcázar estarán cerrados y, además, el viajero sabe que no va a poder andar libremente por la ciudad, por lo que prefiere disfrutar de otros lugares. Porque Sevilla es, sobre todo, una ciudad para caminarla sin rumbo fijo.

El Ayuntamiento tiene que hacerse mirar esta visión de celebraciones tan complicadas, que someten a la ciudad a un esfuerzo que luego solo la propaganda oficial consigue aminorar. Esos gastos los pagamos todos, no lo olvidemos. No basta con llenarse la boca de que la seguridad está garantizada, hay que asumir otras responsabilidades más cercanas, como compensar a esos hosteleros que prefieren no abrir o pensar también en aquellos que quieren vivir la ciudad de otra manera.

Ojalá que todo salga bien y sirva para reflexionar hacia el futuro. Y si sale mal, seguro que Ayuntamiento y Junta culpan a Pedro Sánchez.

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