La solidaridad es la ternura de los pueblos, dice la escritora y poeta nicaragüense Gioconda Belli. Y la ternura forma parte de la columna que vertebra lo mejor del ser humano; porque, en realidad, es el síntoma más auténtico del amor, del amor con mayúsculas, que es finalmente lo que realmente vertebra y da sentido a la vida. Y no me refiero al amor a lo propio, ni al amor que sentimos hacia las personas de nuestro entorno personal; me refiero, insisto, al amor con mayúsculas, al amor a todo lo que merece ser amado, el amor a la vida, a los otros seres, en la seguridad de que todos compartimos formar parte de lo mismo, al amor a los animales, a la naturaleza, a los bosques, a la maravillosa diversidad que nos rodea y que, en esencia, se conforma en una inmensa unidad. Y especialmente me refiero al amor a los seres más vulnerables, a esos que, por estar desprotegidos, necesitan más ayuda en forma de fraternidad y de empatía.

El viernes día 30 la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha informado en una rueda de prensa en Ginebra que al menos 909 migrantes y refugiados han muerto o desaparecido en el Mediterráneo en lo que va de año, desde enero hasta agosto. La mayor parte de ellos procedía de África, Asia y Medio Oriente, de donde huyeron desesperados por el hambre y por los conflictos bélicos.  A principios de 2019 se computaba la cifra de 35.600 los muertos en la ruta del Mediterráneo que van desde que se inició la crisis migratoria. Cuando acabe 2019 la cifra se habrá incrementado en varios miles más. Una cifra terrible y muy desesperanzadora, que nos deja en un lugar muy vergonzoso a los países miembros de la Unión europea.

La crisis migratoria continúa, y continúa el desacuerdo en la Unión Europea sobre las políticas de acogida. Son frecuentes los barcos de refugiados varados porque algunos países europeos, como Italia, con su primer ministro, Salvini, a la cabeza, se niegan a acogerlos. Alega Salvini el tráfico de personas para justificar su negativa, como si fuera eso una excusa que justifique su actitud xenófoba propia de alguien sin un ápice de humanidad, de empatía ni de corazón, es decir, sólo propia técnicamente de perturbados y de psicópatas. Se trata de un discurso ideológico lleno de odio, de rechazo al foráneo y al diferente, de criminalización de la pobreza, por parte, justamente, de los mismos que la crean. Porque no olvidemos que África es el continente más rico del planeta, cuya riqueza es expoliada por los países y por los grupos de poder que ponen muros infranqueables a los africanos que escapan de la miseria.

Varias décadas de neoliberalismo parecen haber acabado, o al menos mermado de manera considerable, el respeto a los Derechos Humanos. Derechos que el 10 de diciembre de 1.948 refrendó la Asamblea General de las Naciones Unidas como un ideal común de todos los pueblos y naciones, creando, con sus treinta artículos, una alianza simbólica y común; una alianza solidaria y universal que protegiera a la humanidad de catástrofes terribles como la Segunda Guerra Mundial que había asolado a medio mundo, y de actos de barbarie que son una gran vergüenza para la conciencia humana.

En la Europa, y en el mundo de 2019 se respetan tan poco los derechos humanos fundamentales que se está negando la entrada a mareas de refugiados que huyen de la guerra, que se deja morir a niños de hambre y de frío, que se construyen vallas y muros para contener y alejar a los que sufren, que incluso se separa a los hijos de los padres que han osado buscar una vida mejor para ellos. Varias décadas de neoliberalismo, repito, y de ataque continuado a la sensibilidad y a la dignidad humanas han creado un mundo hostil e inhóspito en el que la vida de los pobres o de los que necesitan ayuda no vale nada.

En una entrevista del día 27 de agosto del diario El País al presidente de Médicos sin Fronteras, David Noguera, denuncia la politización de la acción humanitaria, la criminalización de la solidaridad y la deshumanización que se ha extendido y normalizado en los últimos años de manera inconcebible. Y denuncia el ataque que sufren las ONG e incluso los hospitales en los que se dedican a salvar vidas humanas para legitimar el acoso para que esa ayuda médica y humanitaria tenga que retirarse de la zona, como ha ocurrido en Siria.

En este mundo tan inhumano, insensible y psicopático que han creado los neoliberales para enriquecerse de manera directamente proporcional al sufrimiento ajeno, reivindicar la solidaridad, el humanismo, la sensibilidad, es decir, reivindicar la ternura, es más necesario que nunca. Nos educan en reprimir las emociones, en hacernos creer que la sensibilidad es debilidad y la bestialidad es fortaleza justamente para alejarnos del poder inmenso de la bondad y de la ternura.  Dice el escritor y psicoanalista argentino Fernando Ulloa que la ternura es un concepto profundamente político porque es la base ética del ser humano. Ejercerla, por tanto, también es un modo de cambiar las cosas y de mejorar el mundo.