Nada en esta llamada “nueva normalidad” va a serlo. Tampoco las conmemoraciones del Orgullo Gay que, desde hace 50 años se conmemoran alrededor del 28 de junio en recuerdo de los disturbios de Stonewall en Nueva York. Fue el inicio de un movimiento y una lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTIBI y TRANS que habían sido maltratadas y perseguidas hasta entonces. Stone Wall era un bar gay del centro de New York, en el barrio de Greenwich Village. La madrugada del 27 al 28 de junio de 1969 ocho policías decidieron llevar a cabo una redada. Esta tropa era suficiente, según ellos, tratándose de un bar de "mariquitas" a los que estaban acostumbrados a golpear y humillar de todas las formas que se les ocurría, abusando de su autoridad, y de la criminalización legal que sufría el colectivo LGTBI y TRANS.  Pero aquel día las cosas no les salieron como estaban habituados. Una multitud de gays y sus familiares y amigos empezó a congregarse alrededor del bar gritándole a la policía, hartos de insultos y arrestos arbitrarios, sólo por ser lo que eran, cercando totalmente a los uniformados,  quienes se refugiaron en el bar. Atrapados pidieron ayuda a la comisaría que envió al escuadrón de fuerzas de choque de New York. La revuelta duró tres noches y la policía se vio obligada a retirarse de la zona. Los incidentes se sucedieron durante todo el verano hasta la creación, en agosto, del Frente de Liberación Gay. Un acto "normal" de opresión había desencadenado una gran respuesta. El Frente estableció reuniones públicas, creó un periódico llamado Come Out! (¡Sal afuera!) y organizó una jornada de lucha para retomar las calles y expresar libremente el derecho a ser gay. A partir de esas manifestaciones se empezaron a tramitar leyes para la despenalización y recuperación de derechos civiles de las personas LGTBI y TRANS,  que habían sido conculcados y pisoteados hasta entonces.

Este año la reivindicación tendrá que ser menos festiva, con el pesar de los sectores afectados, que, por ejemplo en Madrid, facturan en esta celebración más de tres millones de euros. No debe haber caído en esto su actual alcalde del PP, el señor José Luis Martínez-Almeida, que, por primera vez en el consistorio, no colgará la bandera arcoíris en el edificio consistorial. Si Madrid es referente en los derechos LGTBI, como atestiguan los miles de artículos y personalidades en sus redes sociales, como el que fuera embajador estadounidense de Obama en España, James Costos, ahora el popular  vuelve a meter el orgullo en el armario por obligación de pactos con sus socios de extrema derecha. Se han coordinado diferentes manifestaciones virtuales que, a pesar de la pandemia, deben permanecer alerta sobre la fragilidad de las conquistas civiles también en este terreno. Si el año pasado la inefable diputada de VOX, Rocío Monasterio, se manifestó públicamente a favor de legitimar legalmente “el derecho de los padres a llevar a sus hijos gays a terapia de reconversión”, éste, y a pesar de las soflamas pro gays de Santiago Abascal, que no se cree ni él, sus perros de presa siguen afilando sus colmillos contra la diversidad afectivo-sexual. Hace sólo unos días la también representante de VOX en el Congreso, Macarena Olona, vertía unas repugnantes acusaciones contra el Ministro de Interior Fernando Grande Marlaska. Sin terminar de atreverse, la diputada vertía insinuaciones contra el ministro al que achacaba “falta de escrúpulos”, y que arrastraba “traumas y complejos” por los que, según ella,  se había cobrado el cese de Pérez de los Cobos. Estas insinuaciones, que el ministro zanjó retando a la diputada a “ser valiente” y que se atreviera a decir lo que callaba, respondía a la ignominia propalada por una concejal de Galapagar de la misma formación de ultraderecha contra el juez. La concejal, demandada por acoso a la ministra Irene Montero, dejó salir su más infamante versión para acusar al ministro de tener apetencia “por los niñitos jovencitos”, y a unos supuestos pecados de juventud del ministro. Este tipo de declaraciones falsas y fangosas, además de ser constitutivas de delito, debieran ser determinantes para la expulsión de un partido que, según su líder, defiende los derechos del colectivo LGTBI. Pero, no nos engañemos, esa es la cara más real y sin maquillaje de un partido que, en boca de su propio líder, llegó a decir, entre otras cosas “no hay que defender los derechos de los niños gays o trans, si es que existe tal cosa”, en un negacionismo, uno  más, que refuta la realidad de ser. La cotidianeidad de hoy, en nuestro país, es que, con más o menos disimulo, se siguen negando la realidad de la diversidad sexual desde determinados sectores reaccionarios de nuestra clase política, bien negándose a manifestar los colores del Orgullo desde el Ayuntamiento de la capital, u organizando una infamante cacería contra un ministro tras lo que, lo que más les excita en sus odios, es su abierta y sin complejo manifestación de ser homosexual, llevar una vida profesional de coherencia y éxito, y familiar estable y feliz.  Esta es la “nueva normalidad” a la que nos enfrentamos en la que todo tiene que cambiar para seguir igual. Mientras hay quienes trabajan para que en nuestro modelo de sociedad quepamos todos, como defendió Pedro Zerolo, hay otros que siguen avivando el odio para que sólo quepan los que se ajusten a su rancia moral hipócrita. Yo legislaría unas medidas de distanciamiento social: todo aquel que envenene contra la diversidad, debería ser imposibilitado y apartado de la capacidad de ejercer ninguna responsabilidad o cargo público. De momento permanezcamos vigilantes. No lamentemos perder lo ya ganado.