Con muy poca diferencia de tiempo, días, han desaparecido dos mujeres importantes del mundo de la cultura española. Me refiero a la novelista y editora barcelonesa Rosa Regás, y a la poeta y profesora sevillana Julia Uceda. Ambas tenían en común un cariz de pioneras, de intelectuales que rompieron muchos techos de cristal que existían y siguen existiendo incluso hoy, en un mundo como el de la cultura que, sin embargo, también tiene soterrada una larga tradición de misoginia y de homofobia-suelen ir de la mano-, todavía por escribir.
Rosa Regás, hija del dramaturgo republicano exiliado Xaviér Regás i Castells, se formó en París, y cosechó una importante obra narrativa que fue galardonada con algunos de los premios más relevantes como el Nadal, el Biblioteca Breve o el Planeta. Su obra memorística, menos conocida, arroja una perspectiva interesante del París de los exiliados españoles, y también de la España de posguerra hasta nuestra contemporaneidad. Me refiero a los volúmenes que dejó como un testamento de su vida: Entre el sentido común y el desvarío (2014), Una larga adolescencia (2015), Amigos para siempre (2016) y Un legado: la aventura de la vida, que vio la luz este mismo año y que está redactado a partir de varias conversaciones con la periodista Lídia Penelo.
Julia Uceda, por su parte, fue de las pocas mujeres profesoras universitarias de los años 50 en España, además de poeta, con la excepción de la también poeta y profesora granadina Mariluz Escribano, felizmente rescatada del olvido por la Catedrática Remedios Sánchez. Como esta, aunque ganó el accésit del Adonáis en el año 59, buscó libertad y desarrollo intelectual en el extranjero, aceptando una plaza de profesora en la universidad norteamericana de Michigan. Fue la primera mujer en hacerse con el Premio Nacional de Poesía, en el año 2003, ya en pleno siglo XXI, asunto que debería escandalizarnos a todos, por la cantidad de autoras y obras valiosas que no habían sido reconocidas con tal galardón institucional durante casi 100 años.
Mi relación con ambas corrió parejas a una antología, Mujeres de Carne y Verso, en la que empecé a trabajar en el año 98, y que vio la luz en 2001. Era una obligación moral por mi parte, después de haber tenido entre mis mentoras a grandes maestras como Pilar Paz Pasamar o Francisca Aguirre, compañeras de generación de Julia, que enseguida me facilitó todo, agradeciéndome que me encargase de una labor así, que era “cosas de mujeres y hombres”, me dijo, con toda la razón de la experiencia. El nexo de este proyecto con Rosa Regás fue que, en aquellos años, el nivel de digitalización de las bibliotecas era mínimo o casi inexistente, y me pasé muchas horas en la Biblioteca Nacional, tras la huella de figuras como Pilar de Valderrama, Delmira Agustini, Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda… Era entonces directora de la BNE, Rosa Regás a quien me había presentado mi queridísimo Terenci Moix, de quien era íntima, y un día, en la sala de investigadores apareció y me dijo “¿tú que haces aquí?”. Le conté el proyecto, y en más de una ocasión se pasó a verme, a acompañarme en los descubrimientos y a celebrarlos. Rosa fue una gran gestora y dinamizadora cultural, una intelectual inquieta, inconformista que, como Julia Uceda, no se preocupó sólo de su obra, sino también de la divulgación y el conocimiento de los otros, especialmente de las otras. Mujeres escritas, mujeres libro, mujeres memoria, mujeres referentes en una sociedad cada vez más escasa de puntos de referencia, y con unas sucesoras, salvo excepciones, difusas, ensimismadas, inciertas… Qué solos estamos los vivos…cada vez más…