Cuando escribo estas líneas y, a falta de confirmación oficial del último caso, son 39 las mujeres asesinadas por violencia de género este año, y 1334 desde 2003, que es cuando empezaron a computarse. A ellas hay que sumar 3 menores este año, y nada menos que 65 desde 2013. Unas cifras que son mucho más que un número, aunque a veces parezca olvidarse.

Un año más, volvemos a enfrentar el 25 de noviembre sin tener nada que celebrar. Porque la conmemoración del día para la eliminación de la violencia contra las mujeres no es, ni pude ser, una celebración. Ojalá algún día lo fuera, y se convirtiera solo en un homenaje a todas las víctimas, porque eso sería señal de que ya no hace falta la reivindicación, pero no es el caso. Hay que concienciar a la sociedad, hay que reivindicar medios y hay que avanzar en busca de la solución. Pero aún queda mucho camino.

Llegada a ese punto, hay que reflexionar sobre lo que hemos avanzado o, en su caso, retrocedido. Y hay un poco de todo. De una parte, no cabe duda de que, desde un lejano 2004 en que el día de los Inocentes se publicó la ley integral contra la violencia de género, hemos avanzado. La ley se aprobó por unanimidad, algo impensable en la actual coyuntura política, y, a partir de ahí, se dio un paso de gigante. El maltrato tenía nombre propio, reglas propias y normas para castigar al culpable y proteger a las víctimas. Y, lo que es -o era- más importante, hubo un consenso social que creíamos que duraría para siempre.

Hoy las cosas han cambiado, y para peor. Aunque el número de mujeres asesinadas sea inferior al del pasado año, hay otras cifras que ponen los pelos como escarpias. Me refiero a las que arrojan los resultados de las encuestas sobre percepción de la violencia de género, sobre todo entre la población joven, entre quienes el negacionismo campa por sus fueros.

Ante esta verdad incuestionable no cabe otra actitud que preguntarse qué hemos hecho mal, cómo hemos llegado de la unanimidad a la polarización, de la concienciación a la ignorancia. Y, aunque las respuestas podrían ser muchas, me quedo con dos factores: las carencias en la educación y la transformación de la violencia machista de un problema social a una cuestión política- Dos factores que están íntimamente relacionados.

En cuanto a la educación, ya he dicho más de una vez, y repito una vez más, que la educación en igualdad es la vacuna contra la violencia de género. Y esa vacuna se inocula en los centros educativos, pero también en los hogares, en los medios de comunicación y hasta en las redes sociales. Y en estas últimas el negacionismo nos ha ganado la partida, sobre todo con la juventud. En mi opinión, es un error alejarse de esa vía, por tóxica que resulte, cuando lo que deberíamos hacer es utilizarla para contrarrestar esa toxicidad construida a partir de bulos y mentiras.

Por lo que atañe a la política, es otro error tremendo el haber permitido que la violencia se machista se convierta en moneda de cambio en las negociaciones para lograr mayorías. Un error difícil de revertir, aunque no imposible.

Una vez más, esperemos que este 25 de noviembre dé lugar a una reflexión seria sobre qué estamos haciendo mal. De lo contrario, el año próximo habrá más de lo mismo. O peor.

SUSANA GISBERT. Fiscal y escritora (@gisb_sus)

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