"No tenemos miedo" es lo que han gritado miles de personas en distintas plazas desde el brutal atentado de Barcelona. Un grito que planta cara a quienes pretenden que cunda el pánico entre nosotros, una población pacífica. 

Es la primera reacción: salir a la calle, inundar las Ramblas y tratar de lanzar el claro mensaje de que nada ni nadie podrá hacer que nuestra vida se convierta en un calvario, llena de miedos y desconfianzas. 

También ha habido convocatorias, comunicados y un sinfín de declaraciones de personas musulmanas. Condenando esta barbarie y, en algunos casos, pidiendo perdón para dejar patente que nada tiene que ver su religión ni su cultura con estos asesinatos. Reacciones comprensibles pero, al mismo tiempo, tristes. ¿Qué culpa tienen los musulmanes de las atrocidades que hayan cometido un grupo de asesinos? Ninguna. Es más: el mayor número de víctimas del terrorismo de ISIS es precisamente musulmana. Son las principales víctimas de esta barbarie. Y no hay razón, salvo nuestra terrible ignorancia, para que ningún inocente tenga que disculparse por lo sucedido. Pero algunos se han sentido obligados a hacerlo. ¿Por qué? Porque otros han inundado las redes sociales, los panfletos que llaman periódicos, las radios y los telediarios con mensajes de odio. Sí, de xenofobia, de brutalidad y de división. 

He recibido mensajes cargados de rabia, de sed de una venganza absurda, donde se pretendían dar argumentos para promover expulsiones, retiradas de ayudas económicas del Estado y un sinfín de aberraciones por el estilo contra la comunidad musulmana. La derecha más extrema, ignorante y trasnochada no ha dejado de proclamar sus soflamas racistas, xenófobas por todos los medios posibles. Sabiéndose de su impunidad ante la Justicia. He leído mensajes en twitter muchísimo más graves que los ya conocidos chistes sobre Carrero Blanco. Y estoy segura de que la Fiscalía no intervendrá, no juzgará, no condenará. 

He leído artículos nauseabundos de personajes que aún acuden a tertulias televisivas (y con los que hace tiempo me niego a compartir espacio de ningún tipo) y que escriben con soltura inaudita una sarta de barbaridades cargadas de odio que llegan incluso a resultar sorprendentes. No por el contenido, que sin duda es inasumible, sino por la deliberada intencionalidad con la que lo escriben y saben que no sucederá nada, que nadie podrá tocarles. 

Dos reacciones ante lo sucedido: la de las gentes de bien, ciudadanas y ciudadanos, personas solidarias, humanas, respetuosas y empáticas que han sabido entender en todo momento los difíciles momentos que están pasando las víctimas y su entorno. Que han comprendido las indicaciones de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado ante las peticiones y advertencias respecto a la difusión de imágenes del atentado. Que han abierto las puertas de sus casas para dar cobijo a quien lo necesitase; han ayudado traduciendo en hospitales; han donado sangre; han puesto a disposición del pueblo todo lo que estuviera en su haber. Un nadador, Fernando Álvarez, que solicitó se guardara un minuto de silencio en el Mundial Masters de Budapest y, ante la negativa de la dirección, asumió por su cuenta y riesgo la responsabilidad de rendir su homenaje a las víctimas. De pié, clavado cuando todos los competidores saltaban al agua y comenzaban a nadar. Un minuto. Silencio. Y después, nadar habiendo asumido que ya no habría manera alguna de ganar. Pero su conciencia, para nosotros, es la mejor medalla de oro que puedan dar a este deportista. Con estas personas quiero quedarme. 

Sin embargo, he visto una reacción que me ha preocupado. La de la derecha de nuestro país. La de la ignorancia, el odio, la división. Los que, como Cristina Seguí, se han empeñado en publicar imágenes de niños destrozados sobre la Rambla, contraviniendo las peticiones de la Policía, así como las más mínimas pautas de respeto y decoro para con las familias de las víctimas; lanzando nefastas ideas sobre los subsidios que reciben musulmanes en nuestro país. Con ella, personalmente, he discutido recibiendo insultos de todo tipo. Con otros, que dicen hacer periodismo y dirigen panfletos cargados de odio y falsa información, hace tiempo que dejé de intentar dialogar. Todos han regado de odio el dolor que nos dejaron los asesinatos; no han desaprovechado un sólo resquicio para generar dudas sobre cualquier persona que no responda a sus cánones. Y, efectivamente, lo han hecho y lo hacen con absoluta soltura. Se saben protegidos, me gustaría saber por qué o por quiénes.

Como si de alguna manera a "alguien" le interesase condenar cualquier cuestionamiento sobre el Franquismo y permitir todas las barbaridades fascistas. Como si existiera una Fundación por la gloria y gracia del dictador que recibe millones de euros para mantener vivos sentimientos de odio y rabia, mientras se bloquea la ayuda pública de otras muchas organizaciones con fines sociales. Como si, de alguna manera, viviésemos en una democracia aparente que, en el fondo, estuviera bajo el yugo y las flechas de los de siempre. Eso preocupa. Eso da miedo. Que pueda haber quien trate de generar algún tipo de "rédito" de los brutales atentados que sufrimos. 

Y nada me da más miedo que tener que tener miedo