Emmanuelle Macron, presidente de la República Francesa se encuentra en una compleja situación. Hartos de una política que no mira hacia los ciudadanos, miles de franceses han salido a las calles y han ido más allá de la protesta pacífica, iniciando el camino del caos en diferentes localidades galas. La cifra de detenidos suma ya más de 1.700 manifestantes. Este martes, Macron se dirigió a la nación anunciando unas medidas que, según resaltan los medios informativos del país vecino, no convencieron ni a los partidos de la derecha ni a los de la izquierda: Subida de 100 euros al salario mínimo, rebajas fiscales para los jubilados, menos impuestos para las horas extras y el ruego a las empresas de una paga extra de fin de año sin carga impositiva. Habló de un estado de emergencia económico y social y advirtió a los descontentos que no pensaba admitir más violencia o saqueo.

La principal dificultad que afronta Macron es que tres cuartas partes de los franceses empatizan con el colectivo que protagoniza la protesta y que estos, los chalecos amarillos, no son etiquetables. Un interesante estudio realizado por 70 académicos indica que se trata de hombres y mujeres con un promedio de 45 años, de clases populares o de la pequeña clase media, empleados, comerciantes, artesanos y profesionales en buena medida; que no se identifican con partido alguno o se declaran apolíticos (33%), o se decantan mayoritariamente por la izquierda (42%). De centro apenas llegan al 6%. Exigen la recuperación del poder adquisitivo y el rechazo a una política favorable a los que más tienen.

Macron se lo ganó a pulso. Borró de un plumazo medidas como la de impuestos para los ricos

Macron se lo ganó a pulso. Borró de un plumazo medidas como la de impuestos para los ricos –aquellos cuyo patrimonio excedía de 1,3 millones de euros-, cuyo origen se remonta al inicial impuesto a la fortuna inmobiliaria, que arbitró Mitterrand para gravar a los bolsillos opulentos. Macron, banquero de los Rostchild en su vida anterior, desactivó tal fiscalidad con la idea de que el país fuera más atractivo para inversores y ricos. Macron, un rico al servicio de los ricos. Ahí empezó el malestar.

De momento, el nuevo presidente vuelve a la política fiscal de Mitterrand para los ricos. En un mundo que está girando hacia la derecha, o más bien hacia la ultraderecha, y de esto sabemos mucho en España –basta con ver los resultados de las elecciones autonómicas en Andalucía-, la aprobación de leyes progresistas, como consecuencia de las protestas del pueblo en las calles, parece ser una buena noticia que, leída de manera optimista, podría producir un efecto contagio en los países vecinos.

Pero ni siquiera este giro en la política de Macron es suficiente. ¿Qué puede hacer, entonces, ante la indignación de un pueblo sin portavoces ni interlocutores? En la primavera de 1968 otro presidente, Charles de Gaulle, ante una situación también conflictiva, se retiró y esperó a que el resto de partidos rogara su regreso. Volvió, negoció con los sindicatos, apaciguó la tormenta, y aquel mismo año ganó las elecciones. Pero de Gaulle era un animal político, que traía a sus espaldas el triunfo sobre las fuerzas del mal en la terrible Segunda Guerra Mundial. Pienso que nadie echaría de menos al actual mandatario francés. No, Macron no es de Gaulle.