La vorágine informativa de las últimas semanas, enmarañadas en la campaña electoral, las elecciones y ahora en los pactos, han amortiguado una noticia que debería haber sonado más dada su gravedad. La Fiscalía considera que Vox incurrió en un delito de odio al culpar a “magrebíes” de un abuso sexual en grupo a una mujer en una playa de Cullera, por el que habían sido detenidos cinco hombres de nacionalidad española. Por esta razón, La Fiscalía General de Estado presentó una denuncia contra el Partido Político de Santiago Abascal, por incurrir, además de en una falsedad, en un delito de Odio.

Fue, concretamente, la coordinadora de la sección de Tutela Penal de la Igualdad y contra la Discriminación en Valencia, Susana Gisbert, la que ha remitido a los Juzgados de Sueca las diligencias penales abiertas a principios de julio contra este partido, al considerar que existen indicios de delito de odio en el tweet que publicó la formación. Ya en su momento, tanto las autoridades que investigaban el asunto como los medios de comunicación, informaron de que los detenidos eran españoles y residentes en la comarca valenciana de la Ribera Baixa. Fiscalía entiende que esa falsa atribución, realizada en la cuenta de Twitter oficial de Vox, puede revestir indicios de un delito de odio. No es que me sorprenda. VOX está haciendo caja electoral de un relato histórico falso, de crear noticias que no existen, y de poner dianas en las cabezas de los inmigrantes, los homosexuales, los transgéneros, las personas de izquierdas o progresistas, de todos los que, en general, no piensen como ellos, en una peligrosa regresión a los días en los que podían insultarte, pegarte una paliza, o matarte, por no pensar o aparentar pensar o ser como los infames monocromos del Nacional Catolicismo.

En esta espiral perversa, cualquiera que no comulgue con sus dictámenes, puede ser objetivo de sus iras, aunque no sea un peligroso rojo. El último caso el del periodista y escritor José Antonio Zarzalejos que  ha denunciado en su cuenta de Twitter insultos por parte de un simpatizante de Vox. Según ha relatado el colaborador de “Al Rojo Vivo” y “La Vanguardia”, entre otros medios. Los hechos ocurrieron en la calle Alcocer de Madrid: “Me cruzo con un hombre de 35-38 años, barbado. Pasa de largo, pero se vuelve y me reconoce: “Zarzalejos, cabrón, rojo, traidor. ¡Viva España!'", le espetó.  "No se trata de una anécdota, sino de una categoría", ha añadido. Un hecho que ha servido para que el periodista lance la siguiente advertencia al Partido Popular y a su presidente, Pablo Casado: "El PP y Vox deben ser incompatibles". Conozco bien a Zarzalejos desde hace años. Tuve la suerte de que una novela mía cayera en sus manos y le gustase tanto como para contratarme para el diario ABC, del que era director, sabiendo que yo sí era un hombre de izquierdas, comprometido en artículos y libros contra la Guerra de Irak, o en la reivindicación y consecución del matrimonio Igualitario. Lo único que le importó fue mi capacidad, mi opinión, diferente a la línea editorial de la casa centenaria para la que trabajé en libertad durante muchos años, haciendo las crónicas culturales de los domingos, entre otras cosas. Los dos sabíamos dónde estábamos, ideológicamente, y que ninguno de los dos anteponía la amistad a la ideología, ni una cerrazón partidista o sectaria, más bien al contraria, crítica, ante los postulados ideológicos en los que creíamos. Esa ha sido la base de una amistad consolidada todavía hoy y, si me apuran, extrapolándola, debería ser la normalidad que rigiese la vida democrática y humana de nuestra sociedad. Que personas de distinta ideología, credo o filiación, pudieran ser cercanas, incluso leales y convencidos amigos, en la lucha por la construcción de una sociedad mejor, más fuerte y democrática.

Nada va a hacer que no esté de parte del demócrata y amigo Zarzalejos. Creo que todos los verdaderamente demócratas lo están, indistintamente de la acera ideológica en la que transiten. “Creo que el insulto que le interesaba más a este ciudadano era lo de “traidor'", ha reflexionado Zarzalejos, que se define como “vasco, español, monárquico y conservador” pero “jamás de Vox. En este sentido, ha dado la razón al energúmeno que le increpó y ha sentenciado: “En el entendimiento que tiene Vox, yo que soy vasco, español, monárquico y conservador, sí, soy un traidor a Vox, desde luego. Y lo seguiré siendo, aunque caigan chuzos de punta", ha agregado.

Resulta indignante que una persona señalada por ETA, puesta en su punto de mira y listas de objetivos, que ha necesitado llevar escolta durante años, sea puesto en la picota pública de los salvajes que quieren hacer méritos en el partido de Abascal. Resultan un perverso remedo histórico de los que, para hacer méritos, insultaron, agredieron, denunciaron, o incluso asesinaron, a muchos políticos y simpatizantes de la CEDA, con el estallido de la Guerra Civil; conservadores, católicos, pero leales al sistema democráticamente elegido y constituido de la Segunda República. Esta es la España que quieren restaurar los que alimentan el odio, con el agua del miedo y la incertidumbre, apoyados por los que debieran haber sido el sensato centro derecha español, con el que gobiernan, dándoles alas, en ayuntamientos y comunidades. También por los que, desde la sinrazón de un separatismo no contemplado en los márgenes de nuestra constitución, alimentan y se retroalimentan, desde Cataluña, el odio, el miedo, la diferenciación y, por tanto, la convivencia.

Como andaluz, español, republicano y progresista, no puedo más que preocuparme por el veneno inoculado a nuestra democracia, en las mismas bancadas del Congreso. La política del odio es una enfermedad que, de no tratarse, puede acabar con un sistema que, con sus defectos, es el único que puede garantizarnos progreso y convivencia.