En estos días sabíamos de una de esas noticias que dejan el alma desgarrada y la mente perpleja. Un adolescente, presuntamente, por supuesto, mataba a sus padres y a su hermana y además permanecía varios días con los cadáveres hasta que acabó confesando el triple crimen a un familiar. Un hecho tan escalofriante que se comenta por sí solo.

 Pero no era el único hecho horrible relacionado con jóvenes, También hemos conocido hace pocos días de varios apuñalamientos en el contexto, según parece, de las bandas juveniles. Otro hecho que habla por sí mismo.

Si, además, echamos un vistazo a las cifras de la violencia de género, el panorama es desolador. Las estadísticas acreditan que la policía protege a más de 800 menores como víctimas, un 26 por ciento más que el pasado año. Algo que da mucho que pensar.

Mientras tanto, las encuestas revelan que cada vez son más los jóvenes -y las jóvenes también, por increíble que parezca- que niegan la existencia de la violencia de género, y también que este tema, que nunca reflejó la preocupación social que merecía, ya apenas parece preocupar a nadie.

 Podemos culparles, por esto y por todo. Podemos echarles la culpa por estas cosas como se ha venido haciendo con los contagios del COVID, que ha habido momentos que parecía que sin la juventud esta pandemia no existiría, o poco menos. Pero no conseguiríamos nada

Lo que debemos plantearnos es en qué hemos fallado. Qué es lo que hemos transmitido y, sobre todo, qué es lo que no hemos sabido transmitir a las nuevas generaciones para que ocurran estas cosas. ¿Podríamos haber evitado que sucedieran? He ahí el quid de la cuestión, Y la respuesta no es fácil.

No seré tan ingenua para afirmar que con una educación diferente esto no pasaría. Siempre han pasado cosas terribles sin que tengan aparente explicación, siempre hay un pequeño porcentaje que escapa de toda posible previsión. Pero ese ínfimo porcentaje no puede servir de excusa para la resignación ni para la pasividad. Nunca.

Algo tenemos que haber hecho mal para que una generación que no ha conocido otra cosa que la democracia, no tenga conciencia de la igualdad entre las personas, ni del valor de la paz, de la no violencia, de la tolerancia. Algo hemos hecho mal para que esto suceda. Y algo deberíamos hacer muy bien para que dejara de suceder.

Nos jugamos demasiado. Nos jugamos nada más y nada menos, que el futuro. Ahí es nada.