Sin duda, en una economía globalizada la movilidad laboral no debería sorprender; y en un país como el nuestro donde la mano de obra ha estado poco o nada interesada en cambiar de lugar de residencia conforme a la evolución de la oferta laboral, la noticia de que exista esa movilidad puede sonar positiva para algunos oídos, llevando con ello a equívocos. Así, es cierto que hay efectos positivos de esta movilidad, entre ellos, la activación de una mano de obra parada y la mejora de su formación. También, esos trabajadores emigrantes transferirán remesas a sus familias en España, y las arcas públicas ahorrarán prestaciones sociales. Pero, en mi opinión, los costes del éxodo son superiores a los supuestos beneficios antes mencionados. La economía hace tiempo que probó la positiva contribución que el talento del capital humano tiene sobre el crecimiento económico. El que se marche nuestra mano de obra más cualificada supone perder opciones de crecimiento económico y bienestar futuro. Tampoco creo que esa mano de obra más y mejor formada vuelva en un futuro, y si lo hacen, lo harán por vacaciones, sobre todo ante lo baja competitividad de nuestros salarios respecto a los países a los que preferiblemente están dirigiendo la mirada nuestros jóvenes: Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. El éxodo silencioso al que estamos asistiendo, genera más costes que beneficios. No dejo de pensar la cara de tonto que se nos queda al haber invertido ingentes cantidades de dinero público en la educación de las generaciones mejor formadas que hoy se nos marchan. Otros países se beneficiarán de ello, y nosotros lo acabaremos pagando caro en forma de menos crecimiento y talento.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es profesor de Economía Universidad C.J.C.
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