No he podido evitarlo. Pensaba eludir el tema de la muerte de la reina de Inglaterra, pero al final he caído. Y es que después del torpedeo constante de lamentos, panegíricos y homenajes varios, es difícil quedarse callada.

Vaya por delante que lamento la muerte de la reina Isabel como lamento la de cualquier persona a la que no conozco de nada, por pura humanidad. Pero hay que reconocer que, más allá de protocolo y parafernalia varia, hay mucha tela que cortar. Y de vez en cuando hay que sacar la tijera para hacerlo.

Entre las muchas cosas que se han dicho estos días sobre la difunta reina, una me llamó la atención sobremanera. Exaltaban su figura porque nunca dio un escándalo en su vida personal y no se vio envuelta en ningún tema de corrupción. ¿Perdón? Eso no debería ser un motivo de loa, sino lo normal. Conozco miles de personas que reúnen estas características y ni son reinas ni lo serán nunca. Ni falta que les hace. Pero convertir el hecho de no ser delincuente en una conducta modélica es para hacérnoslo mirar. Sobre todo, teniendo en cuenta que estamos hablando de una de las mayores fortunas del mundo sin que su titular levantara un dedo para ganarla.

En el fondo de todo esto hay un melón que nadie se atreve a abrir, el de la razón de ser de la monarquía en los tiempos actuales. Es evidente que, cuando la Constitución de un Estado, como ocurre en el nuestro, consagra la monarquía como sistema político, poco hay que discutir desde el punto de vista legal. Es lo que hay, y solo podría cambiarse con el sistema que la propia Constitución arbitra para las cuestiones más importantes.

 No obstante, es difícil explicar hoy que, cuando estamos propugnando como uno de nuestros valores fundamentales el de la igualdad, haya ciudadanos y ciudadanos que no sean iguales al resto por el hecho de haber nacido en determinada familia y tener unos determinados apellidos. Es difícil explicar que, cuando tratamos de inculcar a nuestras criaturas que con esfuerzo podemos llegar a donde queremos, haya quien llegue a donde muchos querrían llegar sin esfuerzo alguno.

Pero tal vez lo más difícil de explicar sea que con una sola de las tiaras que llevan en la cabeza cualquiera de las reinas, princesas y realeza varia que vemos en las revistas, se llenarían las neveras de muchas casas que no llegan a fin de mes. O se pagaría más de una casa a quien ni siquiera tiene nevera que llenar.

 

SUSANA GISBERT

FISCAL Y ESCRITORA (TWITTER @gisb_sus)