La pasada semana conmemorábamos el Día Mundial contra la depresión. Algo que todo el mundo creemos conocer, pero que no conocemos en absoluto. Y así nos va.

La RAE define la depresión, además de como “acción y efecto de deprimir o deprimirse”, como un “síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”, descripción que viene precedida por la referencia a la psiquiatría o psicología.

Ignoro si médicamente es correcta esta definición de la Real Academia. Pero lo que sí sé es que la depresión no es aquello que cree mucha gente, que frivoliza con ella. Ni es sentirse triste, aunque sea uno de sus efectos, ni es un invento para conseguir una baja en el trabajo difícilmente controlable. Porque hay quien sostiene que la depresión es un cuento chino que utilizan quienes no tienen ganas de trabajar para escaquearse de hacerlo y seguir cobrando.

Sé que suena dura esta afirmación, pero es real como la vida misma. Tanto, que si me dieran un euro por cada vez que la he escuchado, tendría un capitalito.

Pero, incluso quienes carecen de mala intención, suelen banalizar la expresión. Decir “estoy deprimida” o, lo que es peor “me entra la depre” es tanto como comparar una torcedura de tobillo con la amputación de una pierna. Y no solo eso. Causa un daño terrible a quienes padecen esta enfermedad, porque eso es lo que es, una enfermedad mental.

En estos tiempos en que las circunstancias han hecho aflorar los problemas de salud mental, es momento de reflexionar sobre algo que no siempre tratamos con la seriedad que merece. Las personas que padecen depresión no son débiles, ni vagas, ni flojas; están enfermas. No se trata de si tienen una razón o no para estar tristes, porque una enfermedad no necesita un motivo, aunque pueda haber factores que la desencadenen o agraven.

Hemos de ponernos en su piel y saber que las personas que sufren este mal no es que no tengan fuerza de voluntad para hacer las cosas, es que están imposibilitadas para ello. Igual de imposibilitada que está para andar quien tenga rota una pierna, aunque en un caso se vea claramente y en el otro sea muy difícil de detectar.

La depresión tiene su peor cara en el suicidio, otro de esos males de los que nadie hablaba y que ahora empiezan a visibilizarse como un verdadero mal de nuestra época. Pero se puede romper el círculo. Y debemos contribuir para que así sea.

Pensémoslo dos veces antes de hacer cualquier comentario al respecto.

Susana Gisbert, Fiscal y escritora (twitter: @gisb_sus)