Esta semana se conmemoraba el día internacional contra los TCA. Unas siglas que mucha gente probablemente ignore. Salvo quienes lo han padecido en carne propia o de un ser querido, a quienes a buen seguro se les pondrán los pelos como escarpias solo con nombrarlo. Porque los TCA, trastornos de conducta alimentaria, son la pesadilla a la que se enfrentan cada día muchas personas y muchas familias. Y no hablamos de ello todo lo que debiéramos.

Cuando yo era adolescente, presencié, como todas las niñas de mi curso, como una de nuestras compañeras torturaba su cuerpo hasta casi hacerlo desaparecer. Veíamos ante nuestros atónitos ojos, como, entre una y otra clase de gimnasia -dos veces por semana-, sus huesos iban ganado la partida a la carne hasta casi atravesar su piel. Nadie fue capaz de poner nombre a aquello, y ni siquiera hablábamos de ello. Nos venía grande.

Han pasado muchos años. Hoy sí se pone nombre a esos trastornos. Lo llamamos anorexia o, más genéricamente, TCA, con esas siglas que parece que duelen menos que las palabras. Pero eso no significa que lo comprendamos. Ni, mucho menos, que nos preocupemos como deberíamos.

Todavía hay quien cree que la anorexia es una majadería de niñas que quieren estar delgadas. Incluso hay quien dice que hay que obligarles a comer, como si eso fuese fácil. Y lo que es fácil, por desgracia, es hablar sin saber. Y de eso tenemos mucho hoy en día, por desgracia.

Los TCA convierten al propio cuerpo en un rehén de la enfermedad. No es un capricho, ni una manía. Es una enfermedad, con todas las letras. Y una enfermedad que puede ser mortal, y que, además, puede dejar secuelas difícilmente superables. Y es nuestro deber, como sociedad, darle nombre. Y también darle remedio, en lo que se pueda.

Mientras el aspecto físico sea el patrón de todas las cosas, los TCA seguirán existiendo. Mientras ofrezcamos modelos insanos de belleza, seguirá habiendo personas maltratando a su cuerpo para alcanzarlos. Mientras sigamos estigmatizando a quienes lo padecen, estaremos impidiendo que se curen.

Para mi amiga de la infancia es tarde. Sobrevivió a la adolescencia, pero no a unas secuelas que, años más tarde, acabaron con su cuerpo machacado. Pero hoy sabemos lo que no sabíamos entonces. Y podemos y debemos ayudarles.

Por eso terminaré con una frase que no es mía, sino de alguien que ha padecido TCA y que hoy es una fantástica mujer. “Todo lo que necesito, existe ya en mí”. Nunca lo olvidemos.

SUSANA GISBERT
(TWITTER @gisb_sus)