Para los que amamos la historia, y tratamos de estudiarla, la repetición de errores y horrores históricos se convierten en una suerte de extraña tortura. Una especie de maldición como la de la princesa de la mítica Troya, Casandra, que por negarse a los deseos del dios Apolo, que le concedió el don de la profecía a cambio de su entrega, la condenó a que nadie creyera nunca sus vaticinios. De esta forma, ella predijo la caída de Troya por culpa del ardite del famoso caballo, y nadie la creyó, encerrándola por loca. Miro el Mediterráneo, como Casandra, y me temo que eso de convertirlo en cárcel, patíbulo y tumba para los migrantes, va a acabar destruyendo los principios que se suponen construyeron la civilizada Europa, además de dejarnos como comunidad y como especie al nivel de los escualos, con la diferencia de que estos no tienen conciencia del mal, sólo instintos.

Todo este preámbulo viene a colación de la vergonzosa gestión de la crisis migratoria que Europa no está sabiendo, o no está queriendo gestionar. La mayoría de los países miran a otro lado, mientras congéneres arriesgan o pierden la vida en el mar, y otros, que dicen ser “buenos cristianos”, no cumplen ni con los acuerdos europeos, ni con los derechos humanos, ni con sus cacareados preceptos religiosos. La lasitud de todos está convirtiendo una tragedia humana en un nuevo genocidio edulcorado. La omisión o la inacción son tan culpables como la guerra y la violencia que obliga a personas a huir de sus patrias. La ignominia del fascista ministro del interior Italiano, Matteo Salvini, que está en su propia guerra interna para conseguir el gobierno de la república italiana, convierten a la inane Unión Europea en una bufona de la que reírse, y a la Declaración Universal de Derechos Humanos, no ya en papel mojado sino en papel higiénico con la que limpiarse su inmundicia. Si Europa quiere ser tenida en cuenta por los suyos, y por los que no lo son, debe empezar a actuar con claridad, con una política común de obligado cumplimiento y sin fisuras. La ridiculización y falta de firmeza en los cumplimientos debería ser sancionada con dureza, más allá de los ajustes de déficit por los que se ha machacado a países como Grecia o Portugal, obedientes con sus obligaciones, mientras que el innombrable Salvini se ríe de los acuerdos tomados y los incumple con impunidad. Ha sido la Fiscalía de Lampedusa quien, haciendo cumplir las leyes, y enfrentándose al ministro del Interior italiano, autorizó, finalmente, el desembarco de los migrantes, ya en unas circunstancias extremas.

En el colmo del cinismo, el filofascista Salvini, se atreve a interpretar, como han hecho todos los dictadores, por cierto, recordemos a Franco bajo palio, las enseñanzas del cristianismo en un ejercicio de perversión integrista. En una hipérbole demagógica y vacía, se ríe de la parábola del “Buen samaritano”, que es un ejemplo teológico del “amor al prójimo”, eje fundamental del mensaje del cristo que el “cristiano” señor Salvini no cumple. De esta forma declara ser “buen cristiano pero no tonto”. Ni siquiera hace honor al santo evangelista del que toma su nombre que escribe, y es doctrina de la Iglesia católica, o se supone, en el evangelio según San Mateo, 25:35-40: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.  Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?  ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?  ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?  Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” Salvini, en su maldad o en su delirio, o tal vez en ambas cosas, se ve a sí mismo, lo ha declarado en algún medio afín, como una especie de César; un poder igual a los detentadores de los poderes divinos. Resulta atronadora la falta de respuesta por quien debiera contestarle en este sentido, el Sumo Pontífice, y aparentemente comprometido Papa Francisco. Faltas de caridad como estas, perversiones de la doctrina y del mensaje del Cristo al que él se supone representa, y desafíos en toda regla a su papel como pastor de la Iglesia, debieran ser respondidos con contundencia e, incluso, castigados con una excomunión. Por mucho menos el presuntamente santo Papa polaco, Juan Pablo II, suspendió “a divinis” al poeta y cura nicaragüense Ernesto Cardenal. La diferencia es que Cardenal no puso en cuestión los dogmas y enseñanzas de Jesús de Nazaret, y Salvini se ríe de ellas. No se me ocurre, aunque yo sea un agnóstico metódico, mayor peligro para el mensaje del Cristo, que la subversión de su ley primordial, que es la del “Amor al Prójimo”. La Biblia está llena de ejemplos al respecto. Desde Sodoma y Gomorra, que no fue borrada de la faz de la tierra por sus prácticas sexuales y libertinajes, aunque se haya querido leer así, sino por la falta de asilo y hospitalidad a los ángeles del señor. Los ángeles se nos están ahogando hoy, en las aguas de la vergüenza del “Mare Nostrum”, mientras que las autoridades europeas y vaticanas, cada una en lo suyo, guardan silencio, miran a otro lado, o no se emplean con la contundencia que se espera de ellos. Claro que, como son “angelitos negros”, en su mayoría, y pobres en su generalidad, a lo mejor importan menos. Qué vergüenza…