Tras este pequeño divertimento, algunos de nosotros acompañamos a Esperanza y Ana a la inauguración del Mercadona de Serrano, en pleno centro de Madrid. Era la primera vez que entrábamos en un Mercadona y la verdad es que fue una experiencia emocionante. Lo primero que nos chocó es que ningún dependiente se acercara para coger nuestro abrigo y preguntarnos que deseábamos, pero Roig nos explicó que de momento no contemplan ese tipo de servicio, porque eso les permite tener unos precios más ajustados, además de que tal y como están las cosas muchos de sus clientes ya no tienen abrigo.

Lo de empujar un carrito por los pasillos fue también muy divertido. Al principio cuesta cogerle el truco, porque las ruedas delanteras tienen tendencia a no seguir la línea recta, y en más de una ocasión estuvimos a punto de estrellarnos contra las estanterías. Precisamente en una de esas maniobras, Ana se quedó embelesada mirando unas latas de maíz con un tipo enorme de color verde, y nos comentó que le recordaban a Jose Mari cuando termina la sesión de abdominales. Poco más adelante, en la sección de embutidos, fue Esperanza la que se detuvo para agradecerle a Roig que le hubiera puesto el nombre a los chorizos en honor de su marido, pero el propietario de Mercadona nos dijo que lo de El Hacendado era no se qué de una marca blanca, por la que la gente menos pudiente tiene cierta predilección.

Pero donde nos reímos con más gana fue en la sección de frutas y verduras. Al parecer algún bromista se nos adelantó y mezcló unas cuantas peras en la caja de las manzanas. Al llegar Ana y ver semejante aberración, se puso como histérica a separar las unas de las otras, mientras murmuraba que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. En su desazón no se dio cuenta de que la caja de al lado, donde estaba tirando las peras, estaba llena de plátanos. Todos nos quedamos mudos pensando en el sofoco que iba a pasar cuando viera lo que involuntariamente había hecho, pero entonces de manera espontánea la misma Ana, al darse cuenta del error, se puso a reír, la imitaron los funcionarios que venían con ella del ayuntamiento, y como un reguero de pólvora la carcajada acabó contagiándonos a todos. Un poco de picardía en la vida, siempre que luego uno se confiese, siempre sienta bien.

Lo que me llamó mucho la atención es que ninguno de los empleados del Mercadona fuera chino, no sé donde había leído yo algo al respecto. Pero Roig me aclaró que de momento sólo era un proyecto de futuro, que tenía grandes ventajas, pero algunos inconvenientes que estaban intentando solucionar. Entre ellos el más grave es que sonríen demasiado y eso a la mayoría de la clientela española le resulta sospechoso e inhibe su impulso de compra.

Acabamos el paseo en la sección de congelados. Alguien comentó que nunca había visto langostas tan pequeñas, y de nuevo dimos rienda suelta a la carcajada, porque aquello que señalaba en realidad era una cosa que se llama langostinos, según nos aclaró el empleado. En la salida dejamos los carritos al aparcacoches, que no sé porqué nos miró con cara de idiota, y cada uno con su bolso de Loewe se dirigió hacia su coche oficial con la satisfacción de haber vivido una nueva y excitante experiencia. Qué bueno es mezclarse con el pueblo y poder observar de primera mano la problemática en la que vive. Ana, por ejemplo, me ha comentado que no piensa dejar la alcaldía sin antes haber solucionado el problema de las ruedas delanteras de los carritos.