En la España que emergió de las ruinas de la Guerra Civil, el régimen franquista no solo reconstruyó sus instituciones con mano férrea, sino que diseñó un entramado ideológico y disciplinario que penetró en todos los rincones de la vida cotidiana. Entre las estructuras más influyentes y menos cuestionadas durante décadas estuvo la Sección Femenina, la organización femenina de Falange encargada de moldear a las mujeres españolas conforme a los valores del nacionalcatolicismo. Su poder, aunque a menudo invisibilizado en los relatos oficiales, resultó determinante para perpetuar un modelo social rígidamente patriarcal.

Fundada y dirigida por Pilar Primo de Rivera, la Sección Femenina se autoproclamaba como la encargada de “elevar moralmente a la mujer española”. Pero bajo ese enunciado se ocultaba una labor sistemática de adoctrinamiento que presentaba la sumisión, la abnegación y la obediencia como virtudes femeninas indiscutibles. Desde sus inicios, la organización se ocupó de canalizar a miles de mujeres hacia actividades asistenciales, deportivas o culturales, siempre bajo la premisa de que la misión suprema de toda mujer era servir a la patria a través del hogar.

El instrumento más eficaz de control fue el Servicio Social, obligatorio para las jóvenes que deseaban acceder a estudios, empleo o a la simple obtención del pasaporte. Durante meses, las participantes eran instruidas en labores domésticas, higiene, puericultura y doctrina falangista. Los manuales recomendaban desde cómo adornar la mesa para agradar al marido hasta cómo mantener un tono de voz “dulce” que facilitara la armonía familiar. Lo que se presentaba como formación práctica funcionaba, en realidad, como una escuela de obediencia.

Pero la Sección Femenina no se limitó a la domesticidad. Su influencia alcanzó ámbitos como la educación física y la cultura. Las jóvenes fueron sometidas a actividades deportivas estrictamente reguladas, concebidas más como un instrumento para fortalecer el espíritu nacional que como un ejercicio de emancipación. En el terreno cultural, la organización se dedicó a recoger y folclorizar tradiciones regionales, filtrándolas para presentarlas como expresiones “puras” del alma española, libres de cualquier matiz crítico o heterodoxo.

El discurso que defendía la Sección Femenina chocaba frontalmente con la realidad social. Mientras predicaba la sumisión al marido, muchas de sus dirigentes encabezaban una estructura jerarquizada con poder administrativo real. Esta paradoja no pasó desapercibida para la población femenina, aunque la combinación de represión, censura y control social dificultó cualquier contestación pública. El régimen utilizó la organización como escaparate internacional, presentándola como un ejemplo de participación femenina, cuando en realidad mantenía a las mujeres alejadas de cualquier capacidad de decisión política efectiva.

A pesar de ello, miles de mujeres transitaron por la Sección Femenina con una mezcla de obligación, resignación y, en algunos casos, convicción. Las huellas de su paso se extendieron durante décadas. Sus universidades laborales, orfanatos, residencias y centros de formación contribuyeron a fijar ideas sobre el papel femenino que perduraron incluso tras la muerte del dictador. Muchos de los roles sociales que hoy se cuestionan —la carga exclusiva de los cuidados, la invisibilidad profesional, la dependencia económica— encuentran parte de su raíz en esas enseñanzas repetidas generación tras generación.

Palabra oculta

¿Eres capaz de descubrir la palabra de la memoria escondida en el pasatiempo de hoy?