La semana pasada, te conté la historia de dos mujeres excepcionales: Katherine Johnson y Henrietta Leavitt. Y hoy, te traigo la de otras dos que no son menos importantes, para la ciencia y para nuestra vida actual: Ada Lovelace y Chien-Shiung Wu.

A Wu le robaron el premio Nobel por ser mujer

Y, como te decía la semana pasada, lo importante no es solo que conozcas sus contribuciones a la ciencia, también que las difundas y se las cuentes a tus familiares y amigos, para que poco a poco ellas y todas las científicas vayan ocupando el lugar que les corresponde en la Historia. Para que te hagas una idea, a Wu le robaron el premio Nobel por ser mujer.

Ada Lovelace: la mujer que imaginó la programación

Augusta Ada King, condesa de Lovelace, nació en 1815 y era hija del célebre poeta Lord Byron. Quizá por eso, recibió una educación excepcional en matemáticas y se convirtió en una autodidacta fascinada por los mecanismos y las máquinas. Su encuentro con Charles Babbage y su revolucionaria Máquina analítica cambiaría para siempre la historia de la computación.

En 1843, Lovelace publicó unos comentarios sobre esa invención, que incluían lo que hoy se considera el primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina. En estas notas, describió cómo el dispositivo podría programarse para realizar cálculos complejos, con lo que se anticipaba un siglo al concepto de software. Esta visión sentó las bases teóricas de la programación informática.

Para evitar los prejuicios por su género en la restrictiva época victoriana, firmó sus trabajos simplemente con sus iniciales. Hoy, Ada Lovelace es considerada la primera programadora de la historia, aunque su legado permaneció prácticamente olvidado durante más de un siglo, hasta ser redescubierto y valorado por la comunidad informática moderna.

El lenguaje de programación Ada recibe ese nombre en su honor, para reconocer, aunque sea de forma tardía, su visión pionera. A pesar de navegar el mundo restrictivo de la Inglaterra victoriana, en el que las mujeres con intereses intelectuales eran frecuentemente ridiculizadas, y luchar contra una salud frágil, sus cartas revelan una mente inquieta y visionaria que percibía posibilidades tecnológicas que sus contemporáneos no podían imaginar.

Chien-Shiung Wu: la "Marie Curie china"

Nacida en 1912 en China, Chien-Shiung Wu creció en una familia poco corriente para su época, porque valoraba profundamente la educación femenina, cosa que no solía suceder. Este entorno progresista sentó las bases para su extraordinaria carrera científica. Tras destacar en la universidad de Nankín, emigró a Estados Unidos para doctorarse en física en la universidad de California, Berkeley, en la que trabajó con figuras tan prominentes como el premio Nobel Ernest Lawrence.

Su contribución más revolucionaria llegó con el famoso Experimento Wu de 1956, que demostró la violación de la paridad en interacciones nucleares débiles. Este descubrimiento sacudió los cimientos de la física teórica y obligó a reescribir las leyes fundamentales. Además, influyó directamente en el desarrollo del Modelo estándar de la física de partículas. A pesar de que su trabajo fue absolutamente decisivo, el premio Nobel de Física de 1957 fue otorgado exclusivamente a sus colegas masculinos, Tsung-Dao Lee y Chen-Ning Yang y dejaron a Wu sin el merecido reconocimiento.

Wu se convirtió en una pionera indiscutible en física nuclear y experimental, conocida por su extraordinaria precisión y rigor metodológico. A lo largo de su carrera, fue también una firme defensora de la igualdad de género en la ciencia. Ha inspirado a varias generaciones de mujeres científicas y ha abierto caminos en un campo dominado por hombres.

Su vida personal también estuvo marcada por la resiliencia: abandonó China en 1936, poco antes de la invasión japonesa, y nunca pudo regresar a ver a su familia debido a la revolución comunista. En Estados Unidos, enfrentó la triple discriminación por ser mujer, inmigrante y asiática e incluso fue vigilada por el FBI durante la era McCarthy, pese a sus contribuciones al Proyecto Manhattan. A pesar de estos obstáculos, se ganó el respeto de la comunidad científica internacional por su excepcional precisión experimental.