La lenta apertura al desconfinamiento de esta pandemia que dura más de un año me ha llevado a celebrar varias comidas y algún que otro viaje relámpago fuera de las fronteras madrileñas donde me hallo recluido. Y empiezo a ver formas de inversión que nada tienen que ver con los modelos tradicionales de compraventa de activos. Lo que les voy a contar no será novedoso para algunos, pero prometo sinceridad en el relato.

En un pueblo de los Montes de Toledo conozco al propietario de una vieja tienda en la que se pueden comprar desde unos cortaditos de aceite a un tanga femenino de lo más sugerente. Entre estos dos extremos caben casi todos los productos que uno se quiera imaginar traídos cada semana –según dice su propietario- por los distintos viajantes.  El dueño de este colmado me comentó el otro día que quería vender un fondo de inversión en dólares que tenía para comprarse la criptomoneda de moda, el bitcoin. Esta neodivisa o lo que sea, gestada en los ordenadores, vale en el mercado actualmente 54.994 dólares y necesitaba ese dinero para hacerse con uno y gozar así de sus fuertes revalorizaciones (ha subido el 600% en los últimos doce meses).

Mientras me pesaba lentejas y bacalao, le indiqué que no hacía falta tener esa importante suma de dinero para comprar un bitcoin. Bastaba con abrirse una cuenta en una plataforma de contratación a través de su móvil y adquirir la cantidad que quisiese de esa criptodivisa. Podían ser 500 euros, 1.000 euros, 10.000 euros… lo que quisiese invertir o jugar, como se prefiera. Se quedó bastante sorprendido de que no hiciese falta comprar un solo bitcoin. Pero esto mismo ya ocurre en numerosas acciones cotizadas en las Bolsas. Un nuevo bróker llamado Bitpanda permite comprar acciones desde solo un euro. Acciones de empresas como Adidas, Tesla, Walt Disney, Microsoft, Bayer, BMW, etcétera. Acciones que tienen un precio elevado (lo que no significa que estén caras o baratas) y en las que las personas que no disponen de mucho capital no necesitan siquiera adquirir una entera. Tal vez, los 262 dólares a los que cotiza Microsoft o los 86 euros de un título de Bayer son excesivos y, por tanto se puede invertir lo que se quiera para no perderse las subidas o sufrir las caídas de estos valores.

Las otras formas de inversión han surgido de entrañables comidas con amigos que no veía hacía tiempo. El primero, profesor universitario de profesión me enseño en tiempo real cómo invertía en su plataforma de criptodivisas. Alentado por las inquietudes financieras de su hijo, se abrió durante la sobremesa una posición nueva en criptodivisas, mientras me explicaba el funcionamiento. Yo andaba temeroso de que coincidiera la demostración con un crash y perdiera los 100 euros con los que había apostado. Tras la explicación de diez minutos cerró su aplicación con una ganancia de unos céntimos de euro. Respiré tranquilo.

En el ágape que celebré el pasado viernes otro amigo, este economista, me enseño sus inversiones en un valor tecnológico que le habían recomendado y que había adquirido hacía una semana. Su inversión, seguida al milisegundo desde su móvil en la que lógicamente se va actualizando la pérdida o la ganancia, fue de 5.000 euros. En dos días había visto elevada su ganancia hasta los 7.000 euros, aunque en el momento que me enseñaba sus inversiones en el Smartphone la ganancia se había reducido y su capital era de 5.400 euros. Como el Twitter o el WhatsApp, su inversión se había convertido en una mirada recurrente al menos diez veces al día.  No está mal para unos pocos días.

Como todo cuento (en este caso es todo cierto) o fábula es obligado un colofón del que se desprenda una enseñanza, una moraleja. En este caso, las conclusiones parecen más que evidentes y cualquiera las pueda sacar. Un modelo distinto de invertir, una nueva forma de diversión (o sufrimiento) en tiempo real y al alcance de todos. La especulación más dura, sin necesidad de análisis ni justificación, servida a todas las personas desde solo un euro, si no se puede más. Y de fondo la ambición como elemento unificador.