Como diría Susana Díaz: ¡vaya hostia! Es la expresión que utilizó a puerta cerrada la dirigente andaluza en mayo de 2017 cuando, contra todo pronóstico, fue derrotada por Pedro Sánchez en las primarias de un Partido Socialista que desde entonces está en manos de Pedro. Como ya habrá sospechado Pablo Casado, el Partido Popular está hoy en manos de Isabel Díaz Ayuso, que ha irrumpido en estas elecciones madrileñas como la Belén Esteban de la derecha española: astuta, ordinaria, pueril, desahogada. Belén mataba por su Andreíta; Isabel mata por la libertad. Ambas han reventado las audiencias.

La victoria arrolladora de Isabel Díaz Ayuso en 2021 provoca en la izquierda la misma incredulidad y estupefacción que provocó la de Donald Trump en 2016. ¿Cómo era posible que hubiera ganado un tipo como él? ¿Cómo es posible que haya ganado una tipa como ella?

Con mensajes primarios, reproches de brocha gorda y promesas a mitad de camino entre la banalidad y la extravagancia, ambos se ganaron la confianza de millones de votantes. Es cierto que Trump la perdió cuatro años después, pero es previsible que Ayuso haya tomado nota de los errores del populista norteamericano para que a ella no le suceda lo mismo dentro de dos, cuando Madrid convoque de nuevo autonómicas.

Nadie sabe bien por qué ha ganado Ayuso de la forma arrolladora en que lo ha hecho. Pero tampoco es aconsejable para la izquierda tirarse a un pozo: Donald Trump fue flor de un día y Ayuso también puede serlo, aunque convenga recordar que el más peligroso adversario de Trump fue él mismo, mucho más que Joe Biden. Será difícil para izquierda vencer a Ayuso si ella no colabora como sí colaboró Trump en su propia caída.

El talento de Ayuso es haber hecho creer a 1,6 millones de madrileños que ella es la menos política de los políticos y que representa el grado cero de la política. A estas alturas ya sabemos que los políticos más peligrosos son los que simulan no serlo.

Madrid ha removido el tablero de la política nacional no con un audaz movimiento sino con un zarpazo que ha expulsado algunas piezas de la partida y ha sacado de sus casillas al resto: Pablo Iglesias está muerto, Inés Arrimadas es un cadáver, a Santiago Abascal se le han bajado los humos y Pedro Sánchez queda malherido.

El 4-M no ha matado a Ángel Gabilondo porque él ya era un muerto viviente cuando Pedro Sánchez decidió presentarlo de nuevo porque no le dio tiempo a buscarle un sustituto. En realidad, Gabilondo llevaba años desaparecido: el 4-M se ha limitado a oficializar esa desaparición. La estrella ascendente de la izquierda es, cómo no, Mónica García, y lo es por méritos propios.

La victoria incontestable de Ayuso deja inquieto a Casado. El líder del PP hubiera querido una victoria menos arrolladora: todo el mundo sabe que él no ha tenido mérito ni participación en la Gran Jugada: es el delantero centro que tiene que marcar los goles de su equipo, pero sus habilidades como goleador han quedado en entredicho después de que una recién llegada haya demostrado más pericia y determinación que él ante la puerta contraria.

Casado tiene, ciertamente, un problema pero ese problema no es nada comparado con el que tiene Pedro Sánchez, al que Madrid le ha puesto delante un espejo que, por primera vez, muestra de manera descarnada el alto precio de su confusa y comprometida deriva. Aun así, la salida de Iglesias de la política y el ascenso de perfiles como los de Yolanda Díaz o Mónica García pueden ayudar a que el PSOE se aleje de los acantilados en cuyo borde le ha hecho bailar tantas veces el fundador de Podemos.

La izquierda debe estudiar ahora cómo recuperarse del ‘hostión’ de Madrid. Primero intentando averiguar por qué los madrileños quieren tanto a Ayuso. Y segundo demostrando que el Gobierno de coalición es capaz de una maldita vez de hacer cosas que mejoren, como diría el difunto Iglesias, la vida de la gente, porque hasta ahora ni Ingreso Mínimo Vital, ni reforma laboral, ni contención de los alquileres, ni reforma fiscal, ni apaciguamiento del conflicto catalán… Ha probado la Ley de Eutanasia y mejorado el Salario Mínimo, pero con tan pocos mimbres no se revientan las audiencias.