El trampal de la política catalana es una auténtica pesadilla para el cronista político, todo se mueve de forma permanente pero todo sigue igual porque la circunstancia general está definida en la duda del maestro titiritero. Los personajes de la obra hablan y hablan sin decir nada nuevo esperando ingenuamente que la reiteración de frases conocidas les ayude a entretener a sus respectivas y entregadas audiencias, capaces de discutir sobre el tono empleado en repetir lo viejo. Lo trascendente es que Carles Puigdemont no acaba de decidirse sobre qué hacer, arrastrando al resto del elenco a la confusión y manteniendo el gobierno Torra en el limbo. 

De vez en cuando, alguna chispa parece tener la suficiente fuerza para desencadenar un desenlace rápido en el pulso mantenido por ERC y JxCat. Bien sea el suplicatorio de la portavoz de JxCat en el Congreso, Laura Borràs, por unas sospechosas prácticas en el fraccionamiento de contratos cuando dirigía la Institució de les LLetres Catalanes; bien sea por la denuncia de racismo contra media docena de agentes de los Mossos a la que el titular de Interior, Miquel Buch, ha reaccionado de forma excesivamente prudente. Pero solo son espejismos. En realidad, la distancia entre ERC y JxCat no puede agrandarse más ni el gobierno que comparten puede dividirse más, están el límite, pero inmovilizados por el gran prestidigitador del independentismo, residente en Waterloo.

En el gobierno del presidente Torra, en la mitad correspondiente a JxCat, conviven al menos cuatro candidatos a sucederle, siempre a la sombra de Puigdemont; a saber, Miquel Buch (Interior), Maria Àngels Chacón (Empresa y Conocimiento), Josep Puigneró (Políticas Digitales) y Damià Calvet (Territorio). Ninguno de ellos tiene la fuerza suficiente para imponerse de no contar con el aval del presidente del Consell per la República, el legítimo presidente de la Generalitat. En la otra mitad del gobierno, la republicana, solo hay un aspirante, Pere Aragonés (vicepresidente y titular de Economía). Fuera del ejecutivo, Artur Mas especula con sus probabilidades. Y al frente del Consell Executiu, el presidente de la triste figura administra como puede el tiempo del desgaste imprescindible de ERC para allanar el camino a su único avalador; el mismo tiempo que los republicanos calculan oportuno para que las tensiones internas de JxCat exploten y hagan su victoria inapelable.

La decisión del Tribunal Supremo de fijar la revisión de la sentencia que inhabilitaría a Quim Torra y aceleraría las elecciones autonómicas, permite fijar un horizonte más o menos cierto para abandonar el pantano, aunque JxCat siempre podría presentar un candidato a la investidura para agotar la legislatura, situar a ERC en el atolladero de no votarle, asumiendo la tempestad de descalificaciones patrióticas que le seguiría y entonces, sí, sacar las urnas, para pasarles cuentas. Mientras tanto, Torra entretiene a los suyos recordándoles que la independencia es la única solución y Aragonés a los suyos reafirmando que no hay otra vía que la mesa negociadora con el gobierno del PSOE y Unidas Podemos. 

Puigdemont, a su vez, ha maniobrado, sin éxito de momento, para hacerse con el control de la ANC. La candidata preferida de su nuevo mejor amigo, el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, ha quedado en tercera posición en el voto directo de los afiliados, por detrás de Elisenda Paluzie, la actual presidenta, y Antonio Baños, el ex diputado de la CUP. No está escrito que Montse Soler no pueda conseguir la mayoría de los 77 votos que deciden la presidencia, pero se antoja difícil, aun sabiendo que Baños es de los pocos fieles a Torra. 

Joan Canadell es el último nombre asociado a la eventual candidatura de JxCat como persona de confianza de Puigdemont. Su victoria en las elecciones de la cámara de comercio, con el apoyo de la ANC presidida por Palauzie a la que ahora quisieran descabalgar, le ha situado en la primera línea de voces descalificantes del Estado y de la estrategia contemporizadora de ERC. Está ganado crédito entre el sector más radical del independentismo a base de recuperar los tradicionales conceptos dirigidos a España, el robo, la represión y el abandono ante la mortalidad del coronavirus.

Puigdemont se ha instalado en la duda, aprovechando el tiempo extra facilitado por Torra, pero no ha desaparecido. Mantiene la tensión dejando caer iniciativas repetidas pero bien dimensionadas por los muchos altavoces de los que dispone. Un día es un plan del Consell per la República para aumentar la confrontación y empujar al precipicio al Estado español, siempre tambaleante y aislado en Europa en sus análisis, y al otro la insinuación de recuperar el frente amplio electoral del independentismo bajo su dirección.

El frente amplio es el último recurso del mundo JxCat para atenazar a ERC cuando los republicanos se acercan a una victoria electoral. Ya lo hizo Artur Mas con el invento de Junts pel Sí en 2015 y Puigdemont lanzó su predisposición a repetir jugada en 2018, cuando su investidura no prosperó y amagó con repetir elecciones. Entonces el nombre del frente amplio era Moviment 1-O, ahora no se sabe, sin embargo fácilmente podría ser el mismo, dado el valor político y sentimental de la fecha del referéndum prohibido y reprimido entre el soberanismo. 

Los integrantes del nuevo frente amplio serían los que más a gusto están en el Consell per la República: Poble Lliure (integrado en la CUP), Demòcrates (hasta ahora en la lista de ERC), La Crida (plataforma siempre pendiente de consolidar por las reticencias del PDeCat), Acción por la República (refugio de los fieles a Puigdemont integrados en JxCat) y poca cosa más. De ahí el interés de la maniobra para hacerse con la ANC. Y la trascendencia de las dudas de Puigdemont, porque no hay frente amplio sin Puigdemont como candidato a la presidencia y las aspiraciones de Puigdemont no tendrán credibilidad alguna si ERC no ayuda a modificar el reglamento del Parlament para permitir la investidura telemática. Y así gira la rueda y la política catalana vive empantanada para desesperación de los cronistas políticos y decepción de los lectores.