Los partidos políticos con representación parlamentaria visitan al rey esta semana en el Palacio de La Zarzuela para evacuar consultas sobre la elección de un candidato a la Presidencia del Gobierno tras las pasadas elecciones legislativas del 20 de diciembre. Nunca hasta ahora, en la actual etapa democrática, el cumplimiento de tal mandato ha levantado tantas expectativas, así por lo incierto del resultado electoral como por lo sorprendente de las posibles alianzas que serían necesarias para poder formar gobierno, cosa que cuando suceda la protagonizará una de las dos fuerzas más votadas (PP o PESOE) según la aritmética constitucional prevista para estos casos. De modo que no ha habido medio de comunicación, ni mesa redonda, ni rueda de prensa donde no se haya producido una toma de posición más o menos clara y explícita al respecto, dando por sentado que cualquier fórmula es posible y que los españoles estamos condenados a entendernos, que ese es el principal mandato de las urnas y que antes o después se acabará por encontrar una fórmula favorable porque cualquier solución es mejor que ir por segunda vez a las urnas, con la cosiguiente pérdida de un tiempo precioso y el deterioro irreversible de nuestra economía y de nuestra democracia. Y todo son previsiones sobre los principales actores de la partida de cartas y del juego de intereses que se escenifican en este ruedo ibérico tan acostumbrado a verse vapulear por los intereses contradictorios de su ámbito propio y de los ajenos: ya en el periodo 1931-39 fuimos la antesala de la Segunda Guerra Mundial y (aunque este no es ahora el caso ni mucho menos) de nuevo estamos siendo el tablero donde se ensaya la solución de las tensiones europeas y hasta occidentales por cuanto se trata de saber cómo se sale (si es que se puede) del atolladero político y social a que se ha llegado con esta locura suicida de los recortes que la derecha ha impuesto para afrontar la crisis que ella misma había creado y que nos ha traído los mayores índices de desigualdad que se recuerdan: espejismo de recuperación y seguridad de depauperización de las grandes masas sociales y, sobre todo, de las juveniles, que esperan un empleo en peores condiciones que las establecidas hasta hace muy poco. Así que la creciente merma de los activos socioeconómicos y de las expectativas de amplios sectores populares y del derrumbe del precio del petróleo y de las bolsas asiáticas ha propiciado el endurecimiento de las luchas sociales y políticas en pos de la igualdad de derechos, incluido el de la vivienda, el trabajo trabajo y su remuneración, que tanto han caído también en los últimos tiempos. Este y no otro es el origen del impasse de nuestro calendario que puede abocarnos a una repetición electoral que nadie dice desear ya que tampoco hay garantía de que sirviera para desbloquear el atasco en que nos encontramos porque nadie quiere ceder dando así aparente ventaja al adversario y todos buscan esa ventaja para torcerle el brazo (si no el cuello) y desplazarlo en la lucha por la hegemonía política y social: son tiempos que exigen pactos y acuerdos pero nadie está dispuesto a aparecer como quien los ha propiciado a costa de postergar los intereses de la parte que representa. Y es esas estamos, tan firmes e inamovibles que hasta el propio Rey, a quien no parece sobrarle la perspicacia ni el sentido del detalle por lo poco que lo ha prodigado con sus oponentes en el desarrollo del proceso catalán, se ha dado cuenta de lo probablemente inútil de las consultas para formar mayorías parlamentarias y, por ende, gubernamentales en cuyo caso habría que repetir la protocolaria ronda de visitas a la Zarzuela antes de tener que acudir de nuevo a las urnas. Hay quien piensa que el atranque puede deberse a que el día 18 pasado fue lunes triste (blue monday), día cenizo según los sociólogos anglosajones, yo creo que por contagio, toda la semana (blue week) no en el sentido vacacional sino en el irónico negativo de ¡vaya semanita! con que titulo la presente columna. Y es que, transidos como estamos por la cuesta de enero, de la copiosa ingesta navideña y vacacional, del remate mundo de la olla de san Antón, de la recaída de la cuenta corriente y del tiempo meteorológico a cotas propiamente invernales y de la falta de luz primaveral (en otras latitudes) determinan un tiempo ciertamente pesimista y deprimente, especie de reinado de la ofuscación psicosomática que, si es continuada, lleva a mucha gente a la desesperación y hasta al suicidio y a no pocos animales y plantas a la hibernación y a la languidez vegetativa, la misma que por ser gallego exhibe Rajoy cuando nos dedica esa mirada ambigua entre la bizquera y la contrariedad, incapaz de poner a nadie de acuerdo cuando, como se dice en la chirigota del Canijo de Carmona, en Cádiz, es incapaz de poner de acuerdo a uno de sus párpados con el otro. Al final, nos acabarán gobernando quienes persistan en el empeño y representen la voluntad popular y un cierto cambio respecto del envejecido PP. Y esa puede ser la oportunidad de Pedro Sánchez, aunque le pese a Susana Díaz y al resto de los varones puristas de su partido y a los agoreros progubernamentales que siguen pugnando por meternos la peste en un canuto. Pero gobierne o desgobierne quien sea, no se nos olvide que ello determinará el advenimiento de una nueva era en España y en el mundo marcada por el agravamiento de la crisis de los refugiados, la evolución de la crisis económica hacia una nueva explotación de las materias primas y hacia una nueva correlación de fuerzas en el seno de esta cada vez más deshumanizada Humanidad en la que pueden terminar cabiendo aberraciones del sistema como la generalización del terrorismo y el triunfo de Donald Trump, claro continuador de aquella otra aberración que acabó triunfando en su día con el nombre de Ronald Regan, quien en 1989 nos parecía a todos un candidato inverosímil a la Casa Blanca porque aún no conocíamos bien a George Bush II y se nos había olvidado el recurso a la Ley del Maximum Enmierdamiento. Y cuando todo ocurra, cabe indagar sobre cómo repercutirá en la casa del pobre y cómo se traducirá en la política española y en su articulación con la catalana, ahora que se está poniendo interesante el campeonato de la Liga de Fútbol Profesional, y en la granadina, no habiendo ya casi esperanzas de permanecer en Primera División, de que condenen a todos los Romanones ni de que Torres Hurtado acabe entregando su vara de mandar y exigiendo el soterramiento del AVE en su entrada a la Estación de Andaluces.