Ambientazo, mesa alargada al fondo y uno de esos camareros miarmeros que te tutean con su jerga enrollada y tal. La banda sonora de las calles del centro es el roce con las aceras de las ruedecitas de las maletas vueling que arrastran manadas de turistas. La gentrificación avanza implacable hacia el sur, hacia el norte, hacia el este, hacia el oeste. Donde antes había una casa vieja con un viejo sentado en la puerta fumando tabaco sin emboquillar hay ahora un letrero con el acrónimo insaciable: AT.

Mi altocargo y yo llegamos, como siempre, dos o tres vinos más tarde y la partida está más que empezada. El tema no es otro que la repetición electoral. No hay que ser doctor en ciencias políticas para palpar grandes cargas de electricidad negativa contra los políticos así tomados. O sea, contra todos y cada uno de ellos.

Si hubiera que mapear la ideología de los ponentes, yo diría sin margen de error alguno que va desde el centro izquierda, allá donde en su día (¿lo recuerdan? Qué cosas) hubo una barrera difusa con Ciudadanos hasta la izquierda de la izquierda pasando por una socialdemocracia gurmé. Obviamente, la mayoría son funcionarios.

No obstante, (nos) sorprende la agresividad dialéctica, la metralla tóxica de las palabras, los calificativos punzados de rabia y veneno. Se oyen cosas como tarados, irresponsables, inútiles, niñatos, en fin. Todo el mundo asiente. La peor generación desde la transición, dice una. Sólo hay mediocridad y pose, dice otro. Iñaki Gabilondo (vale) y Pepa Bueno (???) son citados como referentes proféticos de la pocilga de la clase política. Cualquiera que pasara por allí y desconociera la genética ideológica del personal diría se trataba de un grupo ideológicamente cercano a Vox y la negación de los políticos y la política.

Como quiera que le repelen de suyo las unanimidades, mi altocargo trata de rebajar la toxicidad: bueno, son jóvenes machos de manada con los huevecillos aún pegados a la testosterona; tampoco hay que dramatizar, la vida “civil” sigue su curso sin tanta jeremiada, Standard and Poor’s ha subido la calificación de España y hasta es posible que, alguna vez, Gabilondo o Pepa Bueno no lleven razón o al menos no toda la razón. La descalificación de los políticos en bloque es una vieja práctica muy querida a la extrema y no tan extrema derecha. Lejos de amainar, subió la tarde en decibelios y una cuarta botella. Suele ocurrir cuando le dices a la izquierda de la izquierda que se comporta/piensa como derecha de la derecha.

Como este hombre mío se crece en la bulla y nada con destreza en los charcos de la pasión dialéctica, dio en  acordarse de lo que escribe Leys (todo el verano de cabecera) de Sartre: no hay posición más divertida, más seductora, más original y más recompensada que la de disidente en el seno de una sociedad tolerante, estable y próspera.

Lo cual que nadie se dio por aludido. Aquellos felices disidentes clamaban contra los políticos y vaticinaban enormes cifras de abstención. Lo cual que mi altocargo se fue directo al cuello. Si seguís voceando el fantasma de la abstención, es más que probable que tengáis éxito. Ya sabéis de sobra a quién perjudica.

Me crié contra los políticos, el franquismo inoculaba desde las escuelas el desprecio a los políticos y la política. Todavía tengo pesadillas con los uniformes, las sotanas y las togas. Dicen los pregoneros de la democracia que las elecciones son la fiesta de la libertad. Yo me lo creo. Si hay un bloqueo político, más allá de las culpas y las facturas, no se me ocurre otra forma mejor de abordarlo que ir a votar. Si alguien tiene otra solución mejor, que la diga. Y se hizo el silencio y salimos a la tarde y los turistas seguían, maldita sea, gentrificando la respiración.