Cuantas menos primarias, mejor. Ese parece ser el lema no escrito que preside la estrategia de la nueva dirección del PSOE andaluz de cara a los congresos provinciales del partido, que comenzarán a celebrarse una vez pase el congreso regional que tendrá lugar este fin de semana en Torremolinos.

En Córdoba, Sevilla, Málaga, Jaén y Almería parece casi seguro que habrá una lista unitaria tras la renuncia de quienes aspiraban a competir por la secretaría general contra los candidatos que en principio cuentan con el respaldo de San Vicente.

Tampoco habrá primarias en Granada, donde no ha llegado a plantearse una alternativa al secretario general y presidente de la Diputación, José Entrena. Aunque no es definitivo, Huelva y Cádiz podrían ser las dos únicas 'ovejas negras' al fracasar en ambas provincias la diplomacia de Espadas para promover una sola candidatura en cada una de ellas.

Los secretarios provinciales que han renunciado a competir en primarias para renovar sus cargos serán incorporados por Juan Espadas a la Comisión Ejecutiva Regional que salga del 14 Congreso Regional del PSOE-A, aunque la influencia política efectiva que vayan a tener en ella es una incógnita.

Todos con Espadas

La cancelación de la consulta a la militancia en la mayoría de las provincias devalúa la doctrina oficial sobre las bondades democráticas de las primarias, pero constituye un importante éxito político de Espadas, que ha exhibido buena mano izquierda para sofocar fuegos orgánicos y aplacar tensiones provinciales en un momento extremadamente delicado para el PSOE andaluz, necesitado de la unidad y cohesión que no tuvo en 2018 y cuya ausencia, en una proporción difícil de cuantificar, contribuyó a la sangría de votos que lo expulsó del poder ostentado durante 37 años.

Más allá de las diferencias en clave local, todos los aspirantes en todas las provincias han cerrado filas en torno a Espadas, cuyo liderazgo no está en cuestión, si bien deberá ser refrendado en su momento por un resultado electoral aceptable. Es probable que su pervivencia como secretario general no dependa tanto de que pierda las elecciones como de cómo las pierda. Al fin y al cabo, los socialistas también leen las encuestas y todas ellas presagian la victoria de las derecha. 

Primarias es igual a democracia, pero también es igual a división, a pugnas, a desgastes. De hecho, los socialistas siempre tuvieron sentimientos encontrados al respecto: suelen presumir de ellas tanto como intentan evitarlas. Sobre el papel las primarias son un procedimiento impecablemente democrático de elección de líderes, pero traen de fábrica componentes que fácilmente pueden desvirtuarlo.

El principal de esos componentes es que, en el ámbito donde han de celebrarse, la dirección del partido no suele ser neutral y ello da ventaja al contendiente favorito de los de arriba. Como los hinchas futbolísticos, la mayoría de los socialistas opinan que lo ideal es ganar los partidos en el campo, pero no desdeñan ganarlos en los despachos si el bien del equipo así lo exige.

República e Imperio

En estos procesos publicitados con el eslogan ‘Todo el poder para las bases’, los que ya están arriba por haberse ganado el puesto en primarias prefieren la unanimidad y, por tanto, que en los escalones inferiores no se celebren. Los jefes de los partidos con primarias son en esto muy de Melville y su escribiente Bartleby, cuya tenaz divisa era ‘Preferiría no hacerlo’.

Al fin y al cabo, como sucede en cualquier proceso democrático, las primarias se sabe cómo empiezan pero no puede saberse cómo acaban. Las hay de guante blanco, como las que Espadas le ganó a Díaz, pero las hay a cara de perro como las que esta última perdió ante Sánchez. Conviene, pues, que sean de verdad pero dentro de un orden.

La guerra Sánchez-Díaz tuvo un exceso de verdad no porque en ella los combatientes no hicieran uso de la doblez o la máscara, que lo hicieron y mucho, sino porque hizo aflorar la dialéctica amigo/enemigo con una crudeza sobrecogedora, sin disimulos ni ropajes.

Desde entonces, los socialistas se dijeron: ‘Nunca más’. No nunca más primarias, sino nunca más aquel tipo de primarias demasiado verdaderas que agostaron hasta el último brote verde de fraternidad en las agrupaciones y casas del pueblo del partido.

Por recuperar para la ocasión la terminología de los historiadores de Roma, las primarias se pensaron para acabar con las oscuras componendas propias del Imperio, restaurar la luz de la República y devolver sus poderes al Senado, pero no han conjurado el riesgo de propiciar el efecto contrario: que a la postre el PSOE sea todavía más Imperio que en el pasado y su secretario general más César y más Augusto que sus antecesores y que, en consecuencia, el valido, el amigo o el consejero áulico del emperador tengan más poder real que la mayoría de los senadores que se sientan en los órganos colegiados de dirección de la República.