Me lo llevé a un bolo digamos ultraliberal en el mismo centro, con su traje de altocargo interminable. El altocarguismo lo que tiene es que ya no se quita nunca, se queda adosado en el porte y en el habla, de “cuando entonces”.  Se ha vuelto tan incapaz de disimular su opinión como de aceptar las ajenas, así que le que conminé a un poco de por favor con un inobjetable bisnes es bisnes.

Todo fluía hasta que llegamos a la puerta y topamos con uno de Ciudadanos que está en tratos (secretos) con el PP.  Y fue y le dijo, porque tú y yo sabemos que esto se llama estabilidad. Hasta ahí todo sonrisas (forzadas) que si no ese señor de Vox (no nombra sus nombres y así existen menos) ha mandado a tomar por culo a la presidenta del Parlamento.

Una hora después de que la definición de estabilidad presupuestaria quedara consolidada para la ciencia política, un repentino trozo de invierno se hizo presente en el mismo instante en el que otro (gran) altocargo en ejercicio convidaba a cerveza con jamón.

Nos metimos dentro. La actualidad había producido dos grandes momentos al alta calidad política: el ya planetario a tomar por culo de ese señor de Vox a la presidenta del Parlamento y el cante que dio la consejera de Cultura en la tele (dicen que Antonio Gala dio un brinco en su arcadia perdida). Dos episodios que sumados a la segunda entrega de los groseras audiencias de Paquirrín producen ardores en el estómago y ganas de exilio en el alma (a veces pensamos en Marraquech, a una hora y media de avión, casita con jardín y Atlas al fondo).

El otro (gran) altocargo traía consigo un recado hermosísimo: había decidido no seguir siendo el cooperador necesario del oficio de manipulación política conocida ahora como tertuliano. La gran mayoría de periodistas a los que conozco lo hacen justo a la inversa: no publicar “incomodidades” en sus medios que pongan en peligro esos cientos de eurillos que pagan el colegio de los chiquillos o el plazo de la cuota del coche. Le anoté una frase para la posteridad: no puede suprimirse el orden moral sin que  acabe pereciendo el orden político. Solemne, si, pero cojonudo.

Es en estas cosas cuando siempre aparece Orwell. A propósito de la izquierda y el ¨mito ruso” vino y dijo: cuando se ve a personas con una gran educación mirando con indiferencia la persecución y la opresión estalinista, uno se pregunta qué merece más desprecio: si su cinismo o su ceguera.

Así que cuando se ve a personas (incluso andaluzas) de sólida formación intelectual de colegios de pago, de vívida trayectoria democrática y ricos de tradición familiar (Balzac: al principio de una gran fortuna siempre hubo un crimen) asistiendo con indiferencia cooperativa a esta manera de volver a convertir a Andalucía en la tierra limpia y alegre que tanto gustaba a Franco, una sabe que por ahora no es más que cinismo también llamado estabilidad.

Pero medio metro más allá lo que ha vuelto al perfume de la vida real gracias a la estabilidad presupuestaria es ese rastro chulesco de los dueños de la verdad, de los ganadores de la guerra y de la narración de la historia, de la patria en primera persona, de la dialéctica de los puños y las pistolas si hubiera lugar. Ese rastro del miedo con camisa azul que manda a tomar por culo a todos los que no piensan como ellos. Marraquech, cada día más cerca.