Todo político de raza aspira a gobernar, aunque mandato sea un infierno. La socialista Susana Díaz es la aspirante más verosímil a ocupar de nuevo el despacho presidencial del palacio de San Telmo, incluso en el caso de que el botín de 47 diputados logrado por el PSOE en la batalla electoral de 2015 se vea ligeramente menguado tras el duelo previsto para el 2 de diciembre.

Si, como auguran las encuestas, la estructura aritmética del Parlamento salido en 2015 se repite en 2018, es decir, si el PSOE vuelve a ser la fuerza más votada y PP más Ciudadanos no suman mayoría absoluta, Díaz volverá a ser presidenta.

Necesidad y virtud

Todos los observadores coinciden en que la confluencia de izquierdas Adelante Andalucía (AA) nunca permitirá que presida la Junta un candidato de cualquiera de las dos derechas que encarnan el PP y Cs: Teresa Rodríguez se ha comprometido a ello solemnemente en numerosas ocasiones, aunque en realidad la líder de Podemos vende –y hace bien– como virtud lo que en el fondo es mera necesidad, ya que para Adelante Andalucía sería letal, simplemente letal, permitir un gobierno de la derecha teniendo su mano que siguiera habiendo uno de izquierdas.

IU ya lo hizo en 2011 en Extremadura y pagó un alto precio –interno y externo– por ello. En Andalucía hizo lo contrario un año después impidiendo un gobierno del PP, y ello le ayudó no poco a salvar los muebles.

Desviacionistas de toda laya

Pese a su manifiesta –y recíproca– animadversión ideológica a lo que el argumentario morado denomina susanismo –una especie de degradación desviacionista del socialismo del mismo modo, pongamos por caso, que el estalinismo habría sido una degradación burocrática del leninismo– tanto Rodríguez como Antonio Maíllo habrán de resignarse muy probablemente a hacer presidenta a Díaz: tal vez sin hacerle pasar el infierno de 80 días que tardó en ser investida en 2015, pero con la firme determinación de que toda su Presidencia sea un infierno. Los 80 días de 2015 bien podrían ponerse en 1.400, que viene a ser lo que dura una legislatura completa.

Teresa Rodríguez, Antonio Maíllo y Juan Marín parecen acariciar con pareja intensidad la idea de que la XI Legislatura se parezca todo lo posible al infierno, cuyo nombre más común en política es inestabilidad aunque los condenados prefieren la expresión geometría variable.

Presionar sin ahogar

Los tres han descartado cualquier opción que recuerde, siquiera lejanamente, a un pacto de investidura o de estabilidad para cuatro años: pretenden negociar día a día, ley a ley, Pleno a Pleno y votación a votación.

Así sería al menos hasta las municipales y autonómicas de mayo de 2019, si es que antes no se cruzan en el camino las generales. Ciertamente, está por ver si Adelante Andalucía y Ciudadanos mantienen durante todo el mandato esa presión sostenida sobre el cuello de Díaz, que apretarían lo bastante para obligarla a aceptar sus exigencias pero no tanto como para impedir que el aire llegara a sus pulmones. E, igualmente, está por ver que Díaz soportara ese juego infernal durante cuatro interminables años.

Dos tipos por la acera

Sorprendentemente, el más duro está siendo el líder de Ciudadanos. Marín ha venido a decir esta semana que ‘ni muerto’ hará de nuevo presidenta a Susana Díaz. Lo ha dicho con voz firme y gesto de aplomo, pero muchos han tenido la sensación de estar asistiendo a una de esas escenas de cine negro en la que un tipo encañona disimuladamente a otro en las costillas mientras ambos caminan por una acera atestada de gente: “Un grito de auxilio, un aspaviento, el más mínimo guiño a esos polis con los que vamos a cruzarnos y te dejo seco”.

En nuestra hipotética escena andaluza, el malo sería Albert Rivera y las costillas serían las del pobre Marín, pero nunca estaremos seguros de que sea exactamente esa la relación que mantiene esta extraña pareja: en la política las cosas suelen estar bastante menos claras que en las películas.