Pedro Sánchez ganó el primer debate electoral no porque lo ganara propiamente, sino porque la confrontación ante las cámaras de Televisión Española quedó en un cierto empate y los empates favorecen a quienes van por delante en las encuestas.

Pedro ganó porque sus adversarios no consiguieron tumbarle en la lona, aunque sí ponerlo alguna que otra vez contra las cuerdas, particularmente en el bloque referido a la política territorial.

Ahí es donde el presidente tiene que andar con pies de plomo porque el electorado socialista no es unánime y porque, en efecto, la alianza con el independentismo ha sido el talón de Aquiles de su corto mandato.

Los ataques de Rivera y Casado a propósito de Cataluña eran como golpes secos al costado y el hígado del púgil socialista de los que este se defendía abrazándose a sus contrarios para bloquearlos, más que para devolverles los puñetazos.

Salir a no perder

En el debate vimos a un Pedro Sánchez que no había salido a ganar, sino a no perder. Al presidente no se le vio cómodo en ningún momento. Los espectadores vieron un Pedro Sánchez tenso, frío, poco empático, escasamente motivado, como deseando que aquello acabara cuanto antes.

No se siente a gusto Sánchez en este tipo de debates y esa incomodidad se transmite a la audiencia. Aun así, consiguió su objetivo de no perder. Cosa bien distinta es que salir a no perder sea una buena idea: si las encuestas aciertan, lo es; como fallen del mismo modo que fallaron en Andalucía, salir a no perder no habrá sido una buena idea.

Como un toro

En el bloque de la derecha, hay coincidencia general en que Albert Rivera le ganó la partida a Pablo Casado. El líder de Ciudadanos fue el primero en hablar y, ya de entrada, marcó el que sería el tono general de su intervención: arrancó como esos toros que salen disparados de los chiqueros dispuestos a embestir todo lo que se les ponga por delante.

Rivera fue implacable con Sánchez, pero no logró impactarle ese directo a la mandíbula que habría hecho las delicias de sus seguidores. Intentaba golpear de lleno en la cara de Sánchez, pero este conseguía esquivarlo, sin preocuparse demasiado de golpearlo a su vez. Y es que Pedro salió a esquivar los golpes más que a darlos.

Un Casado algo soso

El buen papel de Rivera deslució el de Pablo Casado, que si siquiera supo replicar a los ataques que en más de una ocasión le lanzó el líder naranja. Casado fue reiterativo en la defensa de los supuestos talentos del PP para remontar la economía, bajar impuestos, crear empleo, subir las pensiones…

Con el que puede ser el peor resultado del Partido Popular, Casado puede ser presidente sin merecerlo y lo sabe. Y eso también se nota. A Rivera se le vio más hambre de gol que al presidente del PP.

Podéis llamarme Íñigo

Pero la sorpresa de la noche fue para muchos un Pablo Iglesias irreconocible: sereno, prudente, certero en sus argumentos, respetuoso con sus adversarios, apelando una y otra vez a la Constitución, reclamando a Sánchez, Rivera y Casado “un debate sosegado” y pidiéndoles por favor "altura de Estado”.

Quienes echan de menos a Íñigo Errejón pudieron anoche ver una buena versión suya sin gafas y con coleta en este Iglesias que renunció a ponerse estupendo y que le formuló a Pedro Sánchez reproches pertinentes pero en un tono nada chulesco, como cuando hasta tres veces quiso saber si el socialista pactaría con Ciudadanos. Y tres veces Pedro hizo como que llovía.

Este Pablo Iglesias parece haber aprendido de sus errores pasados. En algunos momentos dio la impresión de que el único hombre de Estado que había en el plató era él.