Hace unos días nos conmocionaba la luctuosa historia de una mujer que murió de un aneurisma tras recorrer cuatro hospitales en Cataluña. La política de severos ajustes que está aplicando el Gobierno de CiU, con el apoyo del Partido Popular, en la sanidad pública catalana no se limita a simples apuntes contables, se concreta con rostro humano y provoca situaciones dramáticas que no se compadecen con los supuestos ahorros conseguidos. Cada episodio fruto de esa cruzada economicista de la derecha proyecta un sufrimiento insoportable desde una perspectiva solidaria. Cualquiera se indigna cuando comprueba en un periódico la cicatería y la inhumanidad de los gestores públicos catalanes ante un enfermo terminal de cáncer:

“A Enrique Conesa, barcelonés de 55 años con un grave cáncer terminal, sólo le queda morir tranquilo, sin dolor y rodeado de los suyos. Será dentro de pocas semanas. Pero ni eso resulta sencillo: la morfina que consume desde septiembre por vía oral le hace cada vez menos efecto y lleva ocho meses esperando una cita con la clínica del dolor del hospital de Mataró para obtener la primera administración del analgésico por vía intravenosa, la forma de administración más potente, junto a las pautas para las siguientes dosis y la receta médica. “Se nota que aguanta sufriendo, le duele horrores: Los médicos dicen que le queda un mes de vida. No quiero que muera como un animal”, ruega con entereza su esposa, Antonia Benegas, de 52 años.” ... (El País)

Este cruel final que le están obsequiando a Enrique resulta intolerable. Y políticamente tendría que pasar factura a los que no hacen nada desde sus poltronas públicas para favorecer una muerte digna y sin dolor a los que encaran la recta final de sus vidas. La ortodoxia neoliberal no puede estar por encima de todo.