Máxima Complacencia y Summa Incompetencia han pasado juntas el largo y cálido verano. Ambas son monas y (como todas nosotras) rubias y creen que gobernar es guay y chachi y diver y superemocionante.

Después de las eternas décadas de mugre socialista, de playas con restos de sandía mordisqueada y de la música hortera del boja, ellas representan  la modernidad y creen en Huanma como su Dios centrista y generoso y en Bendodo como su profeta tronador y eficiente.

Son divertidas y punto deslenguadas,  cien por cien urbanitas, el campo es ese sitio donde amigos tienen una finca con caballos y jornaleros subvencionados. Siempre llevan a mano munición sobrada de los ere y con ese desdén tan femeninamente mortal, dejan caer que a Susana no la querían ni los propios y (sic) que están haciendo historia.

En apenas unos meses la Andalucía pueblerina y cateta uniformada por el socialismo tristón se ha transformado en un territorio cibernético de oportunidades y libertad liberal, esa libertad de los ricos que es la libertad que les sale de ahí. Todo esto y alguna coda más, siempre tirando a dar, lo recitan con un entusiasmo pizpireta de los tiempos de la fácul, en esos sitios tan de pijos que la cerveza está siempre tan cojonudamente rica.

Summa Incompetencia derrocha entusiasmo y buena voluntad, está encantada de conocerse, encantada de su despacho, que también le encanta a su cari/amore, y encantada con su novísima dedicación a la política, tan burbujeante y efervescente. 

No puede entender el lenguaje desabrido de la oposición, la dureza dialéctica de los plenos y comisiones y, sobre todo, el alarmismo de los medios, que convierten cualquier pequeño incidente de gestión en un infierno de titulares morbosos y festines coprófagos en las redes sociales. Según ella, todo se arreglaría con un poco más de buen rollo, por favor.

Máxima Complacencia lleva un agosto duro, sin dejar nunca a solas a Summa Incompetencia, que normalmente la caga también cuando le toca defenderse de los micrófonos.  Su trabajo no es sencillo, requiere grandes dosis de cinismo y habilidades dialécticas para darle las vueltas a los calcetines de la razón.          

Lo cierto es que a partir del Gran Mantra de La Herencia Recibida, Máxima Complacencia ha sabido tejer un libro de estilo de comunicación de crisis que nos hemos aprendido de memoria sin mayor esfuerzo. Todos sabíamos al primer aborto y al primer muerto de la carnemechá  que los responsables políticos verdaderos y únicos no han sido otros que los treinta y seis años de socialismo empobrecedor.

Mi altocargo, que ha leído algo este verano, se regodea citando a Pasolini: “El valor intelectual de la verdad y la práctica de la política son dos cosas irreconciliables”. Claro que (Pasolini) se refería a Italia.