Lo ha contado este viernes Ana I. Gracia en El Español. La víspera de hacerse público el nuevo organigrama del PP, Pablo Casado llamó personalmente a Javier Arenas para comunicarle lo que el de Olvera sin duda ya sospechaba. Cuando esa noche vio en la pantalla de su teléfono el número del pipiolo que acaba de conquistar el trono de Génova, debió temerse lo peor pues la suya era una muerte anunciada.

Casado había llegado a la presidencia del PP gracias a los votos de compromisarios fieles a María Dolores de Cospedal, que antes de ceder sus votos a Casado debió asegurarse de que la cabeza de su enemigo íntimo rodaría por el suelo. Al frente de la Vicesecretaría de Política Autonómica que ocupaba el andaluz, Casado ponía a Vicente Tirado, cuya cercanía y lealtad a la de Albacete añaden un punto de humillación a la caída del histórico líder andaluz.

Otras veces ya ocurrió

Como aquel caballero don Alonso, asesinado en la melancólica pieza teatral de Lope de Vega, que era “la gala de Medina, la flor de Olmedo”, Javier Arenas siempre ha sido a su campechana manera la gala de Sevilla, la flor de Olvera. Si al de Olmedo lo mató la demasiada envidia, al de Olvera lo ha matado la demasiada confianza.

Sus enemigos, que son muchos y con muy buena memoria, no están completamente seguros de que esta vaya a ser la muerte definitiva de Javier. Otras veces ya ocurrió. Su anterior deceso imaginario sucedió hace ahora seis años: el PP ganó las elecciones autonómicas andaluzas de 2012 pero lo hizo sin mayoría absoluta y Partido Socialista e Izquierda Unida le arrebataron un poder que Arenas había rozado con los dedos y con el que venía soñando desde hacía años. Nunca el PP estuvo tan cerca de conquistar la fortaleza socialista y el mérito de aquella cercanía había sido en muy gran medida de Arenas.

Un puesto importante

Pero quienes pensaron que el doloroso fracaso de 2102 lo había matado se equivocaron. Mariano Rajoy lo recuperó para ocupar un puesto importante en Génova, aunque el sitio de honor que es la Secretaría General del partido ya estaba ocupado por María Dolores de Cospedal. Tras largos años de sorda pugna entre ambos, ninguno de los dos ha ganado: María Dolores está fuera de juego y Javier también. Si pensaron que solo podía quedar uno, se equivocaron.

Dieciséis años antes de aquel aciago 2012, Javier Arenas había caído derrotado en Andalucía frente a Manuel Chaves tras la fallida estrategia de la pinza con Izquierda Unida. Corría el año 1996 y otra vez sus adversarios lo dieron por muerto.

El líder andaluz supo convertir la derrota regional de su partido en una victoria personal: José María Aznar lo hizo ministro de Trabajo, donde además hizo una buena labor que todo el mundo le reconoció. Entonces se fue de Sevilla, sí, pero se fue sin irse. Se fue pero no se fue. Algo parecido a lo que ocurriría en marzo de 2012, cuando ganó pero no ganó.

Martínez, Zoido, Moreno...

En aquel lejano 96 dejó a cargo del partido a la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, que como era previsible perdió las elecciones en 2000 y 2004 y que tampoco logró nunca granjearse el cariño de la militancia del PP. La militancia era de Javier en el 96 cuando se fue y lo seguía siendo ocho años después.

En la casilla de Presidencia del organigrama del PP ponía el nombre de Teófila, pero todo el mundo sabía que quien mandaba era Javier, lo cual ocasionó no pocas y casi siempre inmerecidas amarguras a la voluntariosa alcaldesa de Cádiz.

Cuando el PP perdió el poder en 2004, Javier regresó a Andalucía a recuperar lo que era suyo. Y por aquí anduvo hasta la derrota de 2012, tras haberle cabido el honor de ser el político mejor pagado de Andalucía: el 15 de julio de 2011, presionado por que Griñán había dado a conocer la suya, el PP presenta en el Parlamento andaluzas declaraciones de la renta de sus 55 diputados. Ese día se conocen al fin los ingresos brutos de Arenas el año anterior: 178.179 euros, de los que 95.674 procedían del partido; el resto, de sus cargos institucionales de parlamentario y senador.

Saber perder

Como ocho años antes, también en 2012 se fue pero sin irse. Hicieron presidente del PP andaluz a Juan Ignacio Zoido, que acabó enemistándose con él, y más tarde fue sustituido por Juanma Moreno, que también acabaría enfadándose con quien, pesase a quien pesase, seguía siendo la gala de Sevilla, la flor de Olvera. 

En el fondo, a Zoido y a Moreno les ocurrió lo que a Teófila: que, como tres lustros atrás, la militancia seguía siendo de algún modo fiel a Javier. Esa fidelidad nunca es fácil de personar para quien se considera acreedor de ella, pues para eso es el presidente del partido. Como Teófila, Juan Ignacio o Juanma, Javier tal vez no ganara elecciones pero, maldita sea, sabía perderlas con más arte que nadie. Genio y figura.