En una película en la que lloro siempre, el narrador dice con una hermosa y quebrada voz: “es difícil describir la felicidad”. Y siempre se me escapa un sollozo. Suelo recordarla en esdrújulas (sábado/pájaro/semáforo) canturreando  estribillos que se me quedaron en la piel. O en abrazos de agua de colonia. Poco más. Bueno sí, cuando la política era amable y sutil. Y asomaba toda su grandeza.

Este moqueo emocional tiene que ver con el espantoso ruido que hay en el aire, en los ordenadores, en las radios, en las tintas de los periódicos, que vienen soltando mordiscos, en las pantallas de los teléfonos y, sobre todo, en las putas redes sociales donde no se hacen prisioneros: tiros a la nunca y sin preguntar.

Viene una de pasar un rato estupendo, que si un tapeo aquí, que si unas compas allí, la verdad, saliendo y entrado de las tiendas de Amancio Ortega, que se ajustan a nuestros dineros escasos y además los puedes devolver. Total que tan contenta y me meto en el coche y salta la radio y ya se jodió el país. Cuánta merdellona verdulera, cuánto analfabeto chillón. Y lo peor es que se te queda el regomeyo en el alma para el resto del día.

Lo que hay ahí fuera es más bien gente bastante educada que se para en los pasos de cebra, que da los buenos días, incluso y todavía señores que ceden el paso a señoras. Llamadme antigua o cómplice de la endiablada galantería masculina, pero me gusta, coño.  En las colas de los supermercados, en los parques infantiles, en las barras de los gastrobares (ya estamos) no me he encontrado a nadie acusando a nadie de haberse llevado la propina de los camareros, cosa que en efecto, me parece la peor canallada.

¿Y si en el mundo de la vida real, la de ir al cole, al trabajo, a la pelu, no hay más tensión que la de llegar a casa o a final de mes, por qué en el mundo paralelo de la política y sus terminales mediáticas, parece que estamos en los últimos días del apocalipsis? ¿Por qué la gente normal dice buenos días, buena suerte y los políticos y sus cachorros twiteros se abrazan a discursos cargados de odio y frentismo?

Ay, mi niña, me dice mi altocargo con caricia lastimera. Sigues siendo una moralista incorregible. Estos no van a parar hasta que descarguen las testosteronas en las urnas. Deja ese articulito de ingenuas nostalgias y date prisa que llegamos tarde con tus amigos, por cierto, que son menos diez.

Mis amigos resultaron ser encantadores, como solía recordar de los viejos tiempos. Hablamos de los niños, tan malcriados, tan adorables, tan lejos, tan mayores. Hablamos de los tiempos de los poemas de Leonard Cohen (A todos los hombres y mujeres/que sois dueños de hombres y mujeres) y sus consecuencias. Hablamos del cambio climático y medio minuto y no sin fastidio y muy pisando las ascuas de estos ruidos insoportables y sus apóstoles. Ya se sabe, adelanto en Andalucía y copia del examen de tercero de Latín.

La luna rielaba sobre el río, las copas fluían (mejor con gas) y se hicieron las tantas. Unos abrazos, unos hasta pronto, unos tenemos que vernos más y una absoluta certeza: lo más revolucionario que estamos dispuestos a hacer hasta el fin de nuestros días es ir a votar lo que nos parezca. Fue una de esas noches en las que la política asomó toda su grandeza.