En las guerras civiles, la fuentes de información siempre están envenenadas; beber de ellas sin precaución entraña graves riesgos para la salud de la verdad. Los socialistas no han resuelto satisfactoriamente la guerra civil que fueron las primarias: los rescoldos de la batalla tienden a reavivarse cada cierto tiempo y, en consecuencia, a contaminar las fuentes de información que dan cuenta de ellos.

En la interminable guerra interna socialista, los hechos andaluces son claros pero no así su interpretación, pues la que hacen de tales hechos las fuentes de uno y otro bando es no ya distinta, sino incompatible.

Ministros sin votos

Es un hecho incontestable que los ministros María Jesús Montero, Luis Planas, José Guirao y Fernando Grande-Marlaska han sido relegados a puestos irrelevantes en las votaciones de la militancia andaluza habidas esta semana. Menos incontestable es, sin embargo, la interpretación de lo sucedido.

Con una participación en torno al 40 por ciento, no precisamente histórica pero en línea con otras del pasado, los militantes andaluces han votado en clave descarnadamente orgánica, no en clave electoral.

De haberlo hecho en esta última nunca habrían castigado a alguien como la ministra Montero, cuyos anclajes orgánicos tal vez sean débiles pero cuyas cualidades como cabeza de cartel electoral por Sevilla no son superadas por el ganador por goleada en votos militantes, Antonio Pradas.

Fuentes dudosas

Algunas fuentes moderadamente envenenadas sostienen que la negociación entre Ferraz y San Vicente se fue al traste al pretender la primera que el sevillano Pradas, cabeza de lista en 2015 y 2016 y zapador de élite en los prolegómenos de la gran batalla del 1 de octubre de 2016 que expulsó a Sánchez de la Secretaría General, no volviera a ocupar un puesto elección segura, es decir, entre los cuatro primeros ya que cuatro fueron los diputados al Congreso logrados por el PSOE en Sevilla en 2016.

A su vez, fuentes del otro lado no menos tenaces e igualmente contaminadas recalcan que los ministros y miembros de la Ejecutiva Federal siempre han ocupado puestos de salida y que había un cierto convenio más o menos tácito entre susanistas y sanchistas según el cual los primeros hacían a su antojo las listas de las autonómicas de 2018 y los segundos lo propio con el cartel de las generales.

Una pugna pueril

Para un observador  no imparcial –en las guerras civiles no existen los observadores imparciales– pero sí suficientemente distanciado, ambos bandos están llevando demasiado lejos y corriendo demasiados riesgos al avivar una pugna que para el común de los votantes socialistas se sitúa a medio camino entre lo obtuso y lo pueril.

A muchos alcaldes, a gran parte de los militantes y a la inmensa mayoría de los votantes les da igual, pongamos por caso, que quien vaya en el puesto 2, 3 o 4 de la lista por Sevilla sea un tal Antonio Pradas, como quiere San Vicente, o un tal Francisco Salazar, como reclama Ferraz, sin que el adjetivo indefinido ‘tal’ aplicado a ambos tenga connotación despreciativa alguna.

Un error y un lema

Ahora bien, dicho esto, Sánchez y los suyos no pueden desconocer que exigirle a Díaz la cabeza de Pradas relegándolo en las listas es algo más que una humillación: es un error de consecuencias funestas.

Simétricamente, Díaz y los suyos no pueden desconocer que el modo en que ha votado la militancia andaluza, de espaldas a las legítimas indicaciones de Sánchez, abocará a Ferraz a desautorizarla y, en consecuencia, reventará el lema sanchista de que quienes mandan en el 'nuevo PSOE' son las bases.

El perro de Paulov

Por lo demás, es bien conocido que la victoria inapelable de Pedro Sánchez en las primarias de 2017 tenía una sombra: grosso modo, el secretario general ganó donde el PSOE perdía y perdió donde el PSOE ganaba. Situación paradójica que el arte de la guerra aconseja resolver a través de una negociación paciente y generosa entre vencedores y vencidos.

Tal negociación, como se sabe, no se ha producido, pero la inesperada pérdida de la Junta de Andalucía por las huestes de Susana Díaz ha activado las glándulas salivales en el cuartel general de la calle Ferraz, cuyo comandante en jefe ve llegado el momento de hincarle por fin el diente a su debilitada adversaria.

Ésta, por su parte, no se resigna a ser devorada sin dar la batalla hasta el último aliento: perdió el poder pero ganó las elecciones, argumenta, y ello le da derecho, entienden los suyos, a intentar recuperarlo en la siguiente contienda electoral.

Tristemente para el Partido Socialista, la batalla de las listas –que ninguno de los contendientes puede ganar sin pagar un alto coste– evidencia que los puentes entre Sevilla y Madrid siguen rotos. ¿Quién tiene más responsabilidad? Quien más responsabilidad tiene.