Francisco Serrano ha dicho hoy en la sesión de investidura del Parlamento andaluz lo que millones de votantes conservadores piensan pero no dicen. Él lo ha dicho por ellos. Y va a seguir diciéndolo. Pablo Casado lo sabe, porque en realidad es uno de ellos, y de ahí su explícito –y no exento de riesgos– viraje a la derecha.

Pese a proclamarse demócrata sin tacha, a Serrano solo le ha faltado decir que Franco también tuvo sus cosas buenas. Al estilo del pequeño dictador, el portavoz ultra delimitó con claridad en su discurso quiénes son los cuatro enemigos de España: izquierdistas, separatistas, feministas e inmigrantes. Vox encarna la España neofranquista que no sabe o no quiere saber que lo es. ¿Franquista yooooo?

Su insistencia en repetir una y otra vez la muletilla “andaluces y españoles” es ya todo un programa de gobierno. El candidato ha querdio dejar bien claro que está, literalmente, “hasta el gorro del lenguaje inclusivo”, aunque lo que en realidad quería decir es que “está hasta los huevos del lenguaje feminista de los cojones”. Así lo dirían al menos muchos de sus votantes.

El portavoz ‘vóxer’ ha hecho un discurso de guante blanco hacia el candidato Moreno Bonilla y puño de hierro hacia los espectros del comunismo, el separatismo y el feminismo que en su imaginación amenazan la supervivencia de la civilización cristiana.

Es llamativo el contraste entre el arranque y desarrollo dialécticamente muy agresivos del discurso y su  tramo final sembrado alusiones a Cristo, citas del Evangelio y glosas de San Francisco de Asís. A Dios rogando y con el mazo dando.

Como ha ocurrido en distintos Parlamentos europeos, con Vox llega a la Cámara andaluza un aire nuevo y feroz, una ventisca salvaje cargada de revancha y resentimiento. ¿Quién dijo que los andaluces no éramos lo bastante europeos?