En un país donde la inmensa mayoría de los ciudadanos considera que el Presidente debe ser alguien de profundas convicciones religiosas, un hombre como Trump no parece el más adecuado para enarbolar la bandera de las creencias. Quizá por eso juró su cargo sobre dos Biblias, para compensar el hecho de haberse casado tres veces y de ser un obseso que intentó mantener relaciones sexuales con una mujer casada, como él mismo admitió en un vídeo.

A pesar de todo Trump intenta parecer un hombre religioso, hijo de la iglesia Presbiteriana que le confirmó (la misma que su antecesor Bush hijo) y tal vez por eso, y por sus delirios de grandeza, el único en este mundo que le puede hacer sombra es el Papa de Roma. Un Pontífice que, además, no ha dudado en criticar duramente una de las principales propuestas de su presidencia, la construcción del muro fronterizo con México. 

No una, sino dos veces en público y quién sabe cuántas en privado, el Papa Francisco ha dicho que “quien piensa en construir muros en lugar de puentes no es cristiano”. Y eso debió dolerle mucho al entonces candidato y hoy altivo presidente de los Estados Unidos. Tanto como las enormes diferencias de opinión con la actual cúpula del Vaticano en cuanto al trato a los inmigrantes, a los que hay que frenar según Trump porque amenazan la seguridad nacional, o la consideración del Islam, un enemigo destructivo para el presidente y una religión monoteísta a la que hay que acercarse para evitar el temido choque entre civilizaciones que predijo Samuel Huntington y que tanto daño puede causar a la humanidad.

En este caso el choque inmediato que se avecina va a ser entre dos poderes tan poderosos como influyentes, cada uno a su manera, la Casa Blanca y el Vaticano. Un enfrentamiento que, por sus escasas cualidades como líder religioso,  no puede afrontar personalmente el propio Trump y para el que parece haber elegido a quien se considera ya como el personaje más importante de la nueva Administración, Steve Bannon, asesor principal del presidente y un poder en la sombra que va a dar mucho que hablar.

Steve Bannon, látigo de infieles y mano ejecutora de Trump

En su enfrentamiento ideológico con Roma, una de las cualidades de Bannon que más aprecia Trump en este momento es la de ser un católico ultraconservador. Un hombre que sabe moverse bien en las cloacas y que ha tejido en los últimos veinte años una red tradicionalista en torno al cardenal norteamericano Raymond Burke, alguien que se ha enfrentado abiertamente al Papa Francisco.

Según The New York Times, lo que comparten Bannon y Burke con los actuales enemigos de la cúpula vaticana es la idea fundamental de que el Pontífice está peligrosamente equivocado, que debajo del hábito blanco se esconde nada menos que un socialista y que no estaría de más intentar cambiar el rumbo de lo que consideran un pontificado errático.  Francisco ha apartado a los tradicionalistas, ha promocionado la acogida de inmigrantes que huyen de las guerras y el hambre, sean cristianos o musulmanes,  ha defendido la lucha contra el cambio climático y ha enarbolado la bandera contra la pobreza. Es decir, justo lo contrario de lo que intenta promover el presidente Trump.

La visión apocalíptica del asesor presidencial ha calado entre los conservadores norteamericanos, por supuesto, pero lo que es menos conocido, según el NYT, es que Bannon está cultivando alianzas estratégicas con quienes comparten en Roma su interpretación de una teología militante de extrema derecha. Una figura fundamental será el futuro embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede, un nombramiento que debe estar al caer y al que habrá que estar muy atentos.

A pesar de todo, en el Vaticano no parece haber miedo a la ofensiva ultraconservadora. Los tradicionalistas han perdido gran parte de la fuerza que consiguieron durante los anteriores pontificados, y el Papa Francisco, que ha tomado con fuerza las riendas de la Iglesia Católica, ha puesto un gran empeño en renovarla y en que las reformas que afronta perduren en el tiempo, más allá de la vida terrenal de un Pontífice que acaba de cumplir 80 años. En esa tarea, una de sus principales preocupaciones durante los próximos cuatro años será la de mantener a raya a personajes como Bannon y Burke sin enemistarse con los feligreses norteamericanos.