Jim Jarmusch pertenece a ese grupo de cineastas, entre los que se hallan Quentin Tarantino, Wim Wenders o Martin Scorsese, que poseen alma de disc-jockey y no solo por el abanico de composiciones —de todos los estilos y épocas—, que eligen para sus bandas sonoras, sino por su articulación dentro de sus films. Aunque el cineasta de Akron ha ido todavía más lejos ya que comenzó su carrera musical con el grupo The Del-Byzanteens donde tocaba los teclados y con el que grabó un EP (Girl’s imagination, 1981), un LP (Lies to live by, 1982) y un single (Draft Riot, 1982), teniendo en un momento dado el dilema de continuarla o dedicarse por entero al cine ya que en aquella época había rodado su primer largometraje como director, Permanent vacation (1980). Antes, se había graduado en Literatura Inglesa y Americana por la Universidad de Columbia, había viajado a París donde pasó parte de su estancia en la sala de proyecciones de la Cinémathèque Française, había cursado dos de los tres años que duraba el posgrado en Dirección cinematográfica en la Tisch School of the Arts de la Universidad de Nueva York además de trabajar como asistente en Relámpago sobre el agua (Lightning over wáter, 1980), de Nicholas Ray y Wim Wenders.

Y aunque al final se decantó por el cine, lo cierto es que Jarmusch ha seguido manteniendo vivas sus inquietudes como intérprete y compositor llevándole en estos últimos años a embarcase en nuevos proyectos como Bad Rabbit, junto con Carter Logan y Shane Stoneback, componiendo varios temas para Los límites del control (The limits of control, 2009). Formación a la que cambiaron su nombre por el de SQÜRL y con la que concibieron las bandas sonoras de Sólo los amantes sobreviven (Only lovers left alive, 2013), junto con el laudista y compositor Jozef Van Wissem, y la de Paterson (2016), el último film que ha rodado el cineasta.

Y aún hay más, porque Jim Jarmusch, hasta la fecha, ha rodado dos declaraciones de amor en forma de documental: la primera hacia Neil Young y su grupo, Crazy horse, en The year of the horse (1997) después de que el cantante y guitarrista le compusiese la banda sonora para Dead Man (1995). Y la segunda

, a Iggy Pop y The Stoogesen Gimme danger y que ahora llega a las salas. Dos excelentes documentales que a grandes rasgos comparten ciertas similitudes en cuanto a que combinan entrevistas con imágenes de sus actuaciones. Pero si en The year of the horse el propio Jarmusch sigue y filma al cantante y guitarrista durante la gira que dio con su banda por Francia y Estados Unidos en 1996, en el caso del dedicado a James Ostenberg Jr., el verdadero nombre de Iggy Pop, recurre a material de archivo ya que la trayectoria de The Stooges se desarrolló entre 1967 y 1973, período en el que grabaron sus tres Lps oficiales —The Stooges (1969), Fun House (1970) y Raw Power (1973)—, aunque luego, en la actualidad, la banda se ha vuelto a reunir de nuevo, dando nuevos conciertos como atestigua el documental. Y aún hay otra curiosa similitud entre ambos trabajos, porque si Neil Young y los miembros de su banda cuentan ante la cámara sus reflexiones, incidentes y anécdotas en una habitación austera con una lavadora al fondo, en Gimme Danger, parte de la entrevista de Iggy Pop, quien desprende un gran sentido del humor, tiene lugar en otra estancia también con una lavadora a sus espaldas. Cabe la duda de si es algo intencionado o no, como también invita  a pensar que quizá sea una soterrada metáfora relacionada con la confesión como una forma de expiación, de limpieza.

Pero Iggy Pop, además de amigo personal de Jarmusch, ha estado presente en sus films en anteriores ocasiones, travestido de mujer en Dead man, en un claro guiño a Missouri (The Missouri breaks, Arthur Penn, 1976) así como en el tercer episodio (Somewhere in California), junto con Tom Waits en Coffee and Gigarettes (2003).

Pero quizá el hecho de acercarse a las concepción jarmuschiana de la banda sonora puede en parte ser un buen complemento para comprender mejor el hecho de que el cineasta haya consagrado sus dos únicos documentales como director a dos figuras de la musicales. Porque uno de los rasgos de estilo del cineasta, tanto si ha recurrido a un compositor como si él mismo se ha encargado de la selección de composiciones de otros autores para sus películas, es precisamente la articulación de la música en sus películas.

Si se echa un primer vistazo y siguiendo un orden cronológico de su filmografía se puede apreciar una evolución en su tratamiento de la banda sonora. La música de sus primeras películas está compuesta por John Lurie, saxofonista y fundador del grupo de jazz de vanguardia The Lounge Lizards quien además hace un cameo, el del músico callejero que toca Somewhere over de rainbow en Permanent Vacation. En Extraños en el paraiso (Stranger than paradise, 1984) el tema I put a spell on you de Screamin’ Jay Hawkins, que es el que escucha la protagonista en su pequeño aparato de casetes, se combina con la música original de Lurie, interpretada por el Paradise Quartet, unas arquitecturas sonoras de corte minimalista que navegan cercanas al free jazz, al igual que la partitura que concibe para Bajo el peso de la ley (Down by law, 1986). Armonías casi minimalistas que desprenden ciertas influencias del citado Ornette Coleman y que enfatizan, no sólo el desasosiego que desprenden las atmósferas que recorren los protagonistas, sino que van intensificando los conflictos emocionales de los personajes

Sin embargo, en Mystery train (1989) las composiciones originales de Lurie conviven con una selección de canciones de rock de intérpretes clásicos de los cincuenta como Elvis Presley, Otis Redding, Rufus Thomas o Junior Parker. Desde este momento será el propio Jarmusch quien escoja el material sonoro aunque haya excepciones como Noche en la tierra (1991) su siguiente film, cuya partitura la compone su amigo Tom Waits y de quien ya había incorporado dos de sus temas en Bajo el peso de la ley.

Dead man supone un nuevo giro estilístico en cuanto a concepción de la banda sonora, en parte por una idea del propio Neil Young quien, tras un primer visionado, aceptó con la única condición de que pudiese crearla al tiempo que veía el film, siguiendo la estrategia que llevó a cabo Miles Davis en Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud, Louis Malle, 1957). Sea como fuere, el guitarrista articuló la música a través de la improvisación partiendo de un leit motiv, el que acompaña los créditos iniciales y finales, y que aparece a lo largo del metraje pero sometido a un sinfín de variaciones que transitan entre lo melódico y lo atonal.

Tras finalizar el documental The year of the horse, Jarmusch toca otros estilos como el rap de RZA en Ghost Dog: el camino del samurai (Ghost Dog: the way of the samurai, 1999) que es la música que contiene el CD que el asesino a sueldo afroamericano —al que pone rostro Forest Whitaker—, introduce al sentarse al volante antes de llevar a cabo su misión. O la fusión entre jazz, pop y música africana de las composiciones de Mulatu Askaté en Flores rotas (Broken flowers, 2005), de nuevo un CD, el que le graba el vecino al protagonista para que le acompañe durante el viaje que está a punto de emprender. Son quizá una metáfora sobre la confluencia de culturas, del mestizaje, de reafirmación de una tradición que se adapta a los nuevos tiempos.

Sin embargo, la selección musical de Coffe and cigarettes posee un variado conjunto de piezas de diferente estilos y épocas, desde el propio Down on the street de The Stooges a la Fantasía 3 in G minor de Purcell, del Baden-Baden del Modern Jazz Quartet hasta el lieder Ich bin der welt ablanden gekommen del ciclo de los Ruckert Lieder de Gustav Mahler. Porque Coffee an Cigarettes es quizá el film de Jarmusch donde la música está omnipresente en casi en la totalidad de su metraje, aunque  suene en un segundo plano y a veces casi de manera imperceptible. Una pluralidad que le lleva en Los límites del control a combinar géneros tan dispares como el flamenco —Por compasión de Manuel el Sevillano— o los sonidos experimentales de SunnO))) o la banda japonesa Boris cuyas arquitecturas armónicas transitan en consonancia a esa abstracción que emana del film. Algo parecido sucede en Sólo los amantes sobreviven donde alterna temas de la más diversa índole, desde Niccoló Paganini a Wanda Jackson, del músico country Charlie Feathers hasta sonidos contemporáneos como la psicodelia de White Hills o la música electrónica con influencias de las armonías tradicionales arábigas de Kasbah Rockers. Todo ello en combinación con los temas originales de los ya mencionados SQÜRL y Josef Van Wissem, cuyas melodías, mezcla de influencias entre la música renacentista y el minimalismo de Philip Glass, corresponden a las piezas de laúd que interpreta Adam, el vampiro músico protagonista, enfatizando el carácter melancólico y enigmático que subyace en el personaje.

Películas que a su vez están salpicadas de múltiples referencias musicales, sean visuales, dentro de los propios diálogos o con la presencia de muchos músicos en el reparto. Richard Edson primer batería de Sonic Youth encarna a Eddie, el amigo de Willie, que es el propio John Lurie, en Extraños en el paraíso, en la que también aparecen el músico de hip hop Rammellzee y el guitarrista Danny Rosen (Lounge Lizards). Lurie repite papel en Bajo el peso de la ley junto con Tom Waits, que pone la voz de la radio que suena en las tres historias que relata Mystery train, film que cuenta además con el ya mencionado Screamin’ Jay Hawkins que interpreta al encargado del hotel, así como con Joe Strummer, cantante y guitarrista de The Clash, además de un cameo, al inicio del film, de Rufus Thomas, quien les pide fuego a la joven pareja japonesa en el hall de la estación. Coffee and Gigarettes, en la que además de Iggy Pop y Tom Waits reúne a músicos como E. J. Rodriguez, miembro de los Lounger Lizards en el quinto episodio (Renée), Jack y Meg White de White Stripes en el octavo episodio (Jack Shows Meg his Tesla coil) y los raperos GZA y RZA en el décimo (Delirius). En Ghost dog: el camino del samurai intervienen brevemente raperos como Dreddy Kruger, Timbo King, Raider o el propio RZA. Y en Los límites del control el cantante de flamenco Talegón de Córdoba.

Gimme Danger que, más allá de reivindicar que la música de Iggy Pop y The Stooges haya supuesto un importante giro estilístico y conceptual en la historia del rock, es como ya se ha dicho una declaración de amor. Una declaración que si además se es adepto a las canciones del ya casi septuagenario cantante su visionado se convertirá en una auténtica delicia.