Este Jueves Santo hace un año de los primeros efectos de la Operación Nazaríes. Parece que fue ayer y ya ha llovido lo suyo. Fijaos si ha llovido que hasta han absuelto al padre Román de su autoría en el Caso Romanones respecto de las supuestas y continuas agresiones sexuales sobre el entonces joven Daniel que, por haberse metido donde no debía, salió con el rabo entre las piernas y chamuscado, porque los Romanones se las traían y apuntaban con chinas pétreas con las que, cuando te alcazaban desde atrás, te hacían un dolorosísimo cardenal de popa, nunca mejor dicho.

Los efectos de la causa y de la acusación no han sido baladíes: el honor y la honra del tal prestre han quedado en entredicho, la rectitud en punto a costumbres del arzobispo granadino ha salido maltrecha y la licencia de los encausados ha dejado serias dudas para la opinión pública archidiocesana en particular y para la del siglo en general. Tanto ha sido así que, conciente de los efectos devastasores de la supuesta fechoría romanona el ministro Catalá, actual encargado de Justicia, ha tenido que salir, admoniendo a la opinión pública para que acate la absolución del padre Román y de sus supuestos colaboradores y encubridores y les restituya su honra y honor y su hombría de bien conforme al sentido de la sentencia, chocando así frontalmente con el sentir generalizado de la feligresía que ha dejado sólo al Romanón con la firme sospecha y apenas si lo acompañan quice devotos en su celebración de la Eucaristía.

Porque, para decir verdad, si usted tuviera hijos en edad de merecer ¿se los enviaría al tal preste a una escuela que este hubiera promovido en virtud de la libertad de enseñanza que tanto reclaman los católicos? ¿O dejaría al Arzobispo Martínez que le hiciera carantoñas más que equívocas en el transcurso de las pocesiones o de las celebraciones litúrgicas granadinas? ¿O le diría como aquella viejecica bajoalbaycinera a la que yo oí reprocharle sus galiborleos y carantoñas hacia su nieto parándolo en seco con estas artes verbales: -Ta se susté quieto, so tío mamarracho, y deje en paz a mi angelico.

Pues faltaría más que uno no pudiera tener sus miedos más que fundados y tuviera que acatar la absolución secular de los curas encausados de abusos pederásticos como si fueran acusaciones frecuentemente infundadas y no hubieran existido casos reales y frecuentísimos en la Iglesia Católica Británica y Estadounidense con la participación directa de curas, obispos y cardenales tanto en la comisión de graves delitos de pederastia como en su encubrimiento.

Y para que terminen de señalar a la jerarquía católica tantas tropelías como intenta disimular bajo sus faldones, está la memoria histórica vital propia y ajena de tantos y tantas jóvenes escolares que sufrimos en nuestro día el acoso eclesial sin ser conscientes de ello hasta mucho después.

Por eso, el otro día, viendo a Sergio García romper con los complejos que lo amordazaban y  patear con fuerza en defensa de su candidatura al título de campeón del Máster de Augusta, recordé nuestros antiguos silencios e inhibiciones a favor del ocultamiento de las agresiones sexuales de nuestros maestros eclesiásticos, amparados en el ocultamiento culposo de las correspondientes jerarquías cuando no en la propia participación de ellas en las mismas y decidí patear hacia el hoyo de la denuncia en defensa de la verdad de adulto agredido, con otros muchos, en el colegio de los Hermanos Maristas de Jaén, a mediados de los pasados años Cincuenta, en pleno Franquismo político y sociológico, cuando airear los trapos sucios de la Iglesia Católica era atentar contra la integridad del Estado Nacional-Católico y viceversa, sabiendo como sé que es inútil pretender la condena efectiva o el resarcimiento de las agresiones denunciadas.

Total, a pesar del aparente despropósito en relacionar aquí y ahora ese culo con estas témporas, o en hilarlas con esa mega-bomba que a Trump se le acaba de ocurir lanzar sabre Afganistán con fines del más absoluto e impúdico exterminio, tendré que meterme en la calebración ritual de esta Semana Santa que ahora padecemos los no-creyentes oyendo exaltar el Jueves Santo como el Día del Amor Fraterno, sobre todo en esta Granada levítica que tanto espera sacar de la fiesta, para compadecerme de tanto exterminio fariseo y denunciar la existencia de un doble y pecador discurso aunque sea de agradecer el descaro prepotente con que el Tío Trump lo plantea  porque así se le ve ejor el plumero: Ni torrijas, ni buñuelos ni leche frita. Estas son lentejas y se acabaron las milongas de las chaquetas verdes, con o sin permiso de Susana Díaz.