Los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, y los Príncipes de Asturias, junto al arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela (d), a su entrada ayer al funeral de Estado por el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez. EFE



Antonio María Rouco Varela no decepciona nunca. Ni engaña. Es  un político de derechas, muy de derechas, reaccionario y rancio, poco democrático y con la particularidad de que a diario se esconde bajo la mitra, el anillo pastoral y el báculo.

En el  funeral de Suarez volvió a mostrarse como es, como un facha de los de toda la vida, de aquellos que venían con el rosario de fábrica (ahora se diría de serie) para así rezarle en cualquier lugar y momento a la grandeza y a la unidad de España. Y así lo hizo en el funeral del lunes, rezarle a esta España diversa, plural y aconfesional que a su juicio debe haber pecado mucho últimamente  (y eso que ya no la gobiernan aquellos rojos  que legalizaron el matrimonio gay, el aborto o aprobaron la  investigación con células madre).

Tras la muerte de Suárez,  Rouco Varela hizo lo mismo que la  inmensa mayoría de este país durante la última semana: manosear a conveniencia la figura del ex presidente, que tuvo que perder la memoria en vida y morir sin recuerdos  para convertirse en un gran tipo a ojos de todos.  Sobre todo a ojos de aquellos que lo apuñalaron hasta con saña,  tantos que no habría espalda para tanta daga. Son los mismos que, seguro, respiraron aliviados el día que el Alzehimer le carcomió la memoria a Suárez, empezando por el Rey.

Como quien oficia un mitin, fue desde el púlpito desde donde Rouco Varela  dejó caer su profecía, importándole poco que aquello fuera un funeral (religioso) de Estado (aconfesional, lo cual que no deja de ser una solemne estupidez). Con la excusa de Suárez,  el político vestido de obispo nos advirtió a todos de que nos estamos mereciendo una nueva guerra civil. Y no, no lo dijo sin querer.  Lo dijo queriendo decir justo lo que dijo y con una clara intencionalidad política, de cobertura al Gobierno y a Rajoy en su inexplicable actitud ante Cataluña (hacerse el muertito), y en línea con los argumentarios populares.

Rouco Varela siempre fue una pieza clave en la estrategia del PP, sobre todo cuando estaba en la oposición y el PSOE en el Gobierno. Basta recordar como sustituyó aceleradamente a  Blázquez, al que las presiones políticas no le permitieron concluir su ciclo de dos  mandatos, algo de lo que no había antecedentes. Y desde  entonces Rouco jugó siempre con la camiseta del PP bajo de la sotana, unas veces desde los púlpitos y otras (muchas) desde  la calle, detrás de las pancartas. Agitando siempre.

Y ahora le presta el último servicio: blandir, cual navajero su faca, la amenaza de una futura guerra civil como consecuencia del problema catalán. No es el primero en lanzarse por la senda del despropósito  y la amenaza. El ministro Margallo ya lo  intentó al comparar a Cataluña con Crimea a raíz de la celebración del referéndum y cando en la república, antes de Ucrania y ahora de Rusia, se vivía un ambiente prebélico.  Vuelve la derecha al España se rompe, pero ahora metiendo miedo con el fantasma de la guerra. Impresentables.

(Por cierto, los que  ahora traen a colación la amenaza de una nueva guerra civil son los mismos que consideraban una provocación la ley de la memoria histórica que dignificaba a las víctimas).

Xosé Carballo es periodista