El gas VX es un agente nervioso, utilizado como arma química, que está con nosotros desde la década de los cincuenta. En estado líquido ya es un productor de muerte en serie, pero en estado gaseoso su macabra efectividad llega a niveles complicados de imaginar por una mente en su sano juicio. VX es su nombre de pila, porque, como uno de los miembros de la nobleza más oscura de la familia de las armas químicas, tiene una denominación acorde con su fama: ortoetildiisopropilaminoetilmetilfosfonotiolato.

Demasiadas letras para denominar algo parecido a un pesticida, que cambió su misión y pasó de eliminar bichos a matar hombres y mujeres con una destreza pocas veces conocida. Dicen que se probó en la guerra Irán - Irak, y visto como se las gastaron en ese conflicto, no sorprendería a nadie. Su fama le ha llevado a ser incluido en películas como La Roca, convertido en amenaza para toda la ciudad de San Francisco tras ser robado de un arsenal de los Estados Unidos. Estamos ante un arma tan brutal, que los que la poseen se cuidan de utilizarla por si el viento cambia de dirección, o incluso por temor a una respuesta del enemigo con armamento nuclear, ya que un ataque con VX puede considerarse como equivalente. Conocido el engendro, no debería ser algo que cualquier tarado pudiese decidir sacar a pasear en un momento de locura transitoria, o fija.

Precisamente, estos días se daba a conocer por tierra, mar y aire que el acorralado dictador sirio, Bashar Al-Assad, tiene acumulada una importante cantidad de este gas, entre otros como el Sarín o Mostaza que también forman parte de su particular colección privada de los horrores. Según la inteligencia del Reino Unido, Siria podría tener los arsenales químicos más importantes de todo Oriente Próximo. Mientras, en sus calles siguen muriendo inocentes cada día, y la guerra se cobra su tributo con la misma tenacidad que el sátrapa se agarra a su sillón dorado. Quizás tenga que probar el VX en aerosol con los ciudadanos, para que en Occidente alguien decida de una vez que ha llegado el momento de parar esta barbarie. Puede que tenga que ocurrir un genocidio mayor, para que en Rusia y China entiendan que los días de gloria de Al-Assad han tocado a su fin, y con ellos todo aquello que les impide desbloquear cualquier decisión sobre el país en el ámbito internacional. Nunca aprenderemos. La historia se repite, pese a que muchos se empeñan en no olvidarla jamás.

Ion Antolín Llorente es periodista especializado en comunicación corporativa y política
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