La célebre frase que nos ha acompañado durante muchos años en los anuncios navideños de unos famosos turrones hoy en día se ha convertido en una realidad en la vida de muchos de nuestros conciudadanos que ya no se produce únicamente por navidad, sino a lo largo de todas las temporadas del año. El hecho cierto es que la crisis económica que padecemos desde hace un tiempo ha convertido la vuelta a casa en algo mucho más frecuente y menos temporal de lo que seguramente sería deseable.

A las típicas circunstancias felices en las que se producía este tipo de retorno en el anuncio televisivo, como era la celebración de unas fiestas navideñas, se unen también todas aquellas otras circunstancias no tan felices que se desencadenan cada vez con mayor asiduidad como consecuencia de las migraciones frustradas de nuestros jóvenes en busca de unas condiciones laborales dignas, o de aquellos otros regresos a casa derivados de la quiebra económica de nuevos proyectos familiares, desahucios, divorcios etc.   

La realidad es que estos retornos obligados al núcleo de nuestras familias de origen nunca son fáciles y conllevan la búsqueda de nuevos equilibrios en las relaciones familiares difíciles de encontrar, produciendo conflictos en la convivencia de una forma más habitual de lo que sería conveniente y que derivan de las difíciles circunstancias en la que se produce el retorno y de las distintas expectativas con las que, tanto el que vuelve, como el que acoge, vivencian la nueva situación.   

Una de las primeras complicaciones que se produce en este proceso de adaptación radica en que las personas que se reencuentran ya no son las mismas que en su día convivieron juntas, tanto sus necesidades como sus intereses y motivaciones han ido variando a lo largo del tiempo, pudiendo conllevar el mencionado re-encuentro sorpresas al producirse un choque entre lo que uno espera encontrar y la realidad de lo que uno verdaderamente encuentra.

No es inhabitual que el retorno al hogar de nuestra infancia reactive en los progenitores que acogen el desempeño del rol anteriormente ejercido desplegando, a partir de ese momento, todas las labores de cuidado, consejo, atención y protección que en su instante acometieron sin ser muy conscientes de que este tipo de conductas no suelen ser muy bien recibidas, ya que además de no responder a las necesidades actuales de los retornados pueden recordar y reabrir de forma permanente las heridas abiertas por la reciente pérdida de independencia.

Tampoco es infrecuente que, aquel que vuelve a casa quiera dar continuidad a su vida tratando de superar lo más rápidamente posible la adversidad que le ha llevado de vuelta al domicilio de sus padres focalizando, para ello, la mayor parte de sus acciones en tratar de recuperar aquello que ha perdido, lo cual, por lo general, le aleja de la realidad cotidiana que se vive en su nuevo hogar.     

La buena noticia es que todos los conflictos derivados de este tipo de situaciones actualmente tienen un nuevo ámbito donde poder ser abordados conjuntamente entre las personas directamente implicadas con el apoyo de un mediador. La mediación familiar es una intervención dirigida a establecer cauces de comunicación y negociación que permitan encontrar soluciones consensuadas también en los conflictos generados por este tipo de circunstancias. 

Carlos Abril Pérez del Campo es psicólogo y mediador familiar