El Mediterráneo vuelve a ser el gran protagonista en la conversación climática porque, de nuevo, a finales de agosto sus aguas rondan los 30 grados en zonas como Tarragona, el golfo de Valencia o Mallorca, situándose entre 2 y 3,5 grados por encima de lo normal, según datos del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM). Se trata de una anomalía térmica que solo se ha superado en los veranos de 2022, 2023 y 2024, reforzando la hipótesis de una progresiva tropicalización del mar.

Samuel Biener, experto de Meteored, recuerda que un Mediterráneo recalentado por sí mismo no basta para generar lluvias torrenciales. “Para que se produzcan estos episodios deben darse otros factores, como la presencia de una DANA sobre el Estrecho o el golfo de Cádiz, un flujo de levante bien definido y que la orografía ayude a organizar las tormentas”, explica.

La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) se comporta como una bolsa de aire frío en altura que, al encontrarse con la humedad y el calor acumulado en la superficie, puede derivar en intensas precipitaciones. Como explica Víctor Resco de Dios, científico y catedrático en ingeniería forestal y cambio global, “el hecho de que las temperaturas del mar ahora mismo estén tan cálidas probablemente conllevará un aumento de la temperatura del mar cuando sucedan las gotas frías, y que esté tan cargado de energía es lo que acaba favoreciendo el desarrollo de tormentas. Aumenta la intensidad porque aumenta la evaporación”.

¿Cambio climático?

Resco de Dios subraya que fenómenos como la tragedia de Valencia no se pueden atribuir exclusivamente al calentamiento global, aunque advierte de que su influencia será mayor en los próximos años. “No podemos gestionar el clima, pero podemos gestionar el riesgo. Hay que intentar prevenir los desastres a través de la adopción de medidas que nos vayan a proteger de los desastres naturales. Eso conlleva obras de ingeniería hidráulica y obras de ingeniería forestal”, señala en National Geographic.

El investigador añade que España no ha avanzado lo suficiente en la legislación urbanística porque “todavía no se ha impedido construir en nuevas zonas de inundación. Esto es algo urgente. Muchas veces nos hacemos los sorprendidos y decimos que esto no se podía prever. Tenemos mapas de inundación y debemos reforzar la situación”.

La preocupación también es compartida por Javier Lillo, científico y coordinador del Grupo de Investigación sobre Cambio Global Terrestre y Geología Ambiental de la Universidad Rey Juan Carlos. Para este experto, “la media de la temperatura del mar Mediterráneo está aumentado significativamente, y hay una relación estrecha entre la evaporación (y con ello el aumento de vapor de agua en la atmósfera) y la ocurrencia de las DANA. Parece que la inercia térmica estacional del Mediterráneo ha cambiado con respecto al pasado. Ahora se calienta antes y las DANA ocurren también antes”.

Más allá de los factores meteorológicos, los expertos coinciden en que la intervención humana en el territorio multiplica los riesgos. La ocupación de barrancos y antiguas albuferas, la falta de prevención, la escasa educación ambiental y la mala gestión urbanística convierten las lluvias intensas en catástrofes. Como resume Biener, “la naturaleza siempre ha generado episodios extremos, pero la manera en que organizamos nuestro territorio es lo que determina si una tormenta se queda en un susto o se convierte en una tragedia”.

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