Es curiosa la sensación de poner cara y voz a un personaje que has conocido a través de un libro. En La Verdadera Historia de la Panda del Moco, Iñaki Domínguez analiza la figura de los pijos que sembraron miedo y caos en la ciudad de Madrid en los años 80. A lo largo del ensayo existe un personaje que sobresale por encima del resto. Loic Veillard, El Francés. Un personaje nacido en el seno de una familia de clase alta. Criado en colegios privados. Con abundancia material en su hogar, pero que eligió un camino diferente al preestablecido por el lugar que le vio nacer. Optó por la rebeldía y la libertad. Y eso es siempre peligroso.

Loic Veillard me recibe a las puertas de su casa. Alterado. El temporal ha tirado un muro del jardín de su chalet a orillas de la sierra de Madrid. No tiene seguro y va a tener que gastarse unos miles en arreglarlo. En ese momento de caos, Loic demuestra que su cerebro va a otra velocidad. Quizás sea algo innato, pero mientras me presenta a dos de sus hijos y está pendiente de que nadie entre en la propiedad y vea, entre otras cosas, su huerto secreto, ya sabe cómo va a conseguir el dinero para arreglar el muro. No lo verbaliza, pero en su mente aparecen diversas opciones. Y su sonrisa le delata. Esa sonrisa que caracteriza a los pillos. Entonces, entiendes que alguien lo va a pasar mal para que ese muro sea reconstruido. Antes de irnos a charlar tranquilamente a un sitio más tranquilo, Loic, en un gesto de generosidad, me ofrece algo de marihuana. Aunque soy de la máxima de aceptar cosas de desconocidos, opto por rechazar elegantemente su regalo. Es pronto para deberle algo. Salimos de su casa y, tras decirme que ha robado muchos coches como el mío, vamos a una de sus oficinas. Su bar de confianza.

Loic Veillard posa junto al libro La Verdadera Historia de la Panda del Moco, de Iñaki Domínguez.

Nos sentamos en la terraza, en plan Satriales y pedimos un par de JBs con Coca Cola. Loic se pone a hablar de su vida. La historia de El Francés, el líder de la Panda del Moco. Una vida de película. De hecho, se va a hacer un documental en torno a él y estará dirigido por Carlos Agulló.

El Francés es un hombre que ha vivido al límite, siempre inmerso en un océano de acción y adicción a la adrenalina. Una vida espídica que ha ido llevándole a bailar claqué a ambos lados de la ley. Loic representa a la perfección la dualidad del bien y el mal. La complejidad de los humanos. Héroe militar y civil que ha salvado vidas, pero también las ha quitado. Alguien que libró de la muerte en el mar a dos niños cuya madre estaba a punto de asesinar y que defendía al débil de forma altruista. Al mismo tiempo, Loic robaba bancos, traficaba con armas, extorsionaba y daba palizas: “Nunca he traficado con drogas, Con armas, sí, Con muchas, además. Misiles MILAN, armas cortas y largas”, explica. 

¿Con qué Loic te quedas? ¿Con el padre de familia o con el que no duda a la hora de romperle una rodilla a alguien? ¿Con el hombre sensible que compone canciones o con el que te tatúa sus nudillos en el mentón? Trataron de demostrar que era tonto para librarle en un juicio por robo y en el test de inteligencia dio 136 de CI. Es decir, superdotado. Entonces, trataron de alegar que su cerebro no estaba bien por tener demasiado coeficiente: “Me debe faltar un gen. No solo es valor, es por idiota. El concepto de temeridad no entra en mi cabeza. Sé calcular las consecuencias en general pero no las físicas para mí. Me ha perseguido siempre el TDAH. Eso lo sé ahora, que estoy medicado a lo bestia”, confiesa.

¿De qué vives ahora?

Tengo un edificio alquilado en la carretera de la Coruña, que compré una subasta. También un poste de telefonía. Además, hago otro tipo de negocios.

¿De qué tipo?

La gente me busca. Cobro una cantidad y soluciono problemas que tienen ciertas personas. A veces, cuanto la Justicia te falla, solo te queda gente como yo.  Hay gente que me llama para pedirme consejo. De todos los ámbitos, además. Tengo facilidad para hacerme amigo de gente especial.

¿Podrías llegar a matar?

No. Ya lo he hecho en el Ejército y no quiero volver a pasar por ello. Tampoco me arrepiento porque son situaciones de él o yo. Para estos trabajos, el truco no está en matar sino en hacer creer a la víctima que va a morir. Jugar con el miedo y el terror psicológico. Y lo hago bien. Soy caro, pero cumplo.

¿Sientes miedo alguna vez?

He escuchado silbar balas por encima de mi cabeza. Es como en boxeo. Vas con miedo, pero en cuanto escuchas la campana, da igual que te pongan cuatro o cinco por delante. Vas a por ellos.

Loic Veillard en su época en el Ejército de Francia.

Loic es vieja escuela. Un tipo de 60 que sabe mucho más de lo que habla. Habla rápido y cambia de tema con facilidad. Sin embargo, pocas veces habla de más. Y cuando lo hace, deja claro que no puede quedar plasmado en la publicación. Un tío fuerte con el que no te gustaría tener demasiados problemas. Es un hombre simpático. Tiene empatía. Se ve a kilómetros que no es un psicópata, pero esos puños seguro que siguen haciendo daño. Y esa mente es capaz de idear cosas jodidas que no quieres vivir. Pórtate bien con los demás y los hombres como El Francés te dejarán en paz. Durante la entrevista también se sienta en la mesa El Juli, un miembro de la familia de Los Colorines que estuvo en la cárcel por disparar cuatro veces en el estómago a un hombre que le debía 500 euros. Mientras tanto, Loic sigue contando sus hazañas. Como el día que tuvo que entrar al edificio Windsor mientras ardía para recuperar 80 kilos de cocaína que había en su interior.

¿Qué pasó la noche del 13 de febrero de 2005?

Al Windsor fuimos a rescatar 80 kilos de cocaína. El hijo de uno de los propietarios del edificio estaba metido en rollos chungos. Se metía hasta el culo. Gastaba más de lo que podía y se enfadaron con él. Y, de algún modo, para pagar su deuda, le obligaron a usar una parte de las oficinas que tenía su familia para guardarlo todo. Llevé dos veces mercancía a ese lugar y ahí no entraba ni Dios. Entonces, una noche me llaman para ir a recogerlo. Cojo el coche y llegamos a través de los túneles de Azca desde Paseo de la Habana. Teníamos la llave de acceso al Windsor para en entrar al edificio por el subsuelo. Abres la puerta, andas a través de un pasillo y llegas a los ascensores del edificio Y subimos.

¿Eras consciente de que había fuego encima de ti?

Nosotros no teníamos ni idea del fuego. Si lo hubiera sabido, no entro. Entiendo que los que me pidieron que fuera a recogerlo sí lo sabían. No creo que fueran los autores del incendio porque no tendría sentido hacerlo con tanto dinero ahí metido. Estando arriba, me doy cuenta de que hay algo raro porque vimos desde las ventanas las luces de la policía y los bomberos. También escuchamos ruido que venía de arriba pero no le dimos demasiada importancia.  En un momento dado, tuve que subir a la planta 13 para coger el resto de la cocaína, pero la puerta no abría. Entonces, bajamos con los cuarenta y pico kilos que ya teníamos con la idea de pirarnos para volver luego. Lo guardamos en el coche, arrancamos y en la salida por Raimundo Fernández Villaverde, nos para la policía para decirnos que fuéramos para la izquierda. Y nos piramos con más de 40 kilos de cocaína en el maletero.

La 'patacabra' que apareció en las sombras del Windsor.

El incendio del Windsor está lleno de literatura, fantasía y corrupción. En su interior, estaban las sedes de la consultora Deloitte y el buffette de abogados Garrigues. El por entonces portavoz del CGPJ, Enrique López, reconoció que 5.000 procedimientos judiciales fueron destruidos. Casi 20 años después, nadie tiene claro qué paso. La versión oficial dice que fue un cortocircuito. Moncloa.com implicó al excomisario Villarejo en el incendio bajo el pretexto de destruir documentos del BBVA que tenía Deloitte. Para darle más misterio al asunto, vecinos de la zona grabaron el incendio y se pudieron ver dos sombras en el interior del Windsor. "Yo fui una de las sombras", reconoce Loic. 

En los informes, se asegura que una de esas sombras portaba un utensilio semejante a desencofrador: "Un desencofrador dicen, qué cursis. Lo que viene siendo un patacabra de toda la vida", asegura entre risas el propio Loic.

¿Viste a alguien más en el edificio?

Me crucé con tres personas que iban con una camilla. Vestidos de verde y con mascarilla. Típico color de hospital. Nos cruzamos en las escaleras entre la planta 12 y 13. De la camilla se les cayeron unos cuadernos, pero pasé. Una cosa rarísima que pensé después. Ellos también tuvieron que flipar al verme. He tenido una vida complicada, pero a ojos de los demás. Me pasan cosas.

“Me pasan cosas”, dice. Y tanto. Te cuenta que entró a un edificio en llamas para recoger una millonaria cantidad de cocaína y ante el silbido de unos pequeños gorriones a los pies de nuestra mesa, te enseña cómo diferenciar entre machos y hembras: “Los machos tienen una especie de corbata”, relata. Esta escena costumbrista le sirve para contar su sensibilidad ante los animales, a pesar de la violencia que ha ejercido sobre sus semejantes. Como Tony Soprano. Una vez más, esa dualidad que acompaña constantemente a Loic Veillard.

Loic Veillard junto a sus hijos, el director Carlos Agulló, el boxeador Pablo Navascués y el productor Tomás Cimadevilla.

También cuenta que trabajó con Jesús Gil. “Curré dos años para Raymond Nakachian, empresario libanés cuyo negocio era la compraventa de armas. Hacía trabajos para él. Un buen hombre.  También trabajé para Jesús Gil en Marbella. Tenía unos edificios llamados los Cipreses del Mar y le lleve a los Emiratos Árabes para que pudiera venderlos”

¿Qué tal Jesús Gil?

Don Jesús. Tenía grandes problemas para medir escalas, a pesar de que era una persona extremadamente inteligente. La inteligencia que tenía era un error de la naturaleza. Una especie de mutación genética. Pero, por ejemplo, no sabía medir escalas. No podía pasar de 1:10 a 1:100. Su cerebro no era capaz de entenderlo. Algo que le incomodaba en las reuniones. Entonces, le compré un boli en Londres con el que podías medirlas. Se lo llevé y le fue indispensable para sus reuniones. Y nos hicimos grandes amigos

La Panda del Moco es una banda de pijos macarras que decidieron mancharse las manos. Hijos de los 80 y síntoma de una época. En esos años, Madrid era un lugar más libre. Una ciudad posfranquista que abrazó el todo vale de los primeros años de la democracia española y que interpretó la palabra libertad a su manera. Lejos de la distopía actual en forma de Estado Policial y ultravigilado. Donde cada iPhone es un chivato. Aquel Madrid era un lugar más libre. Pero libre también era el Lejano Oeste. Y la libertad esconde lugares oscuros y la delincuencia era algo habitual. Donde tu seguridad dependía más de tus nudillos que de la ley: “Aguanté que me dieran el palo hasta los 14 años. Un día dije basta, me enfrenté y salí bien parado. Ya después me apunté a boxeo y full contact. Me gustaba el contacto. Siempre me he sentido así. Encima, las peleas las veo lentas. Anticipo bastante bien lo que puede pasar. Observo mucho, sé cuándo he de pegarme y con quién. No soy gilipollas. También te digo que no he rechazado una pelea en mi vida”, refleja.

¿Qué opinas de los pijos de hoy en día?

Los cayetanos me avergüenzan, me ofenden. Tener dinero no es ser pijo. Eso es una actitud. Yo me llevo bien con los bajos fondos porque tengo empatía. Sé quién soy, dónde estoy y hasta dónde puedo llegar.

¿A base de hostias se consiguen más cosas?

Las cosas se consiguen con cariño y amor. Sin embargo, hay veces que hay que dar una buena hostia. Un refrán judío dice que las moscas se atrapan con miel pero si no funciona, hay que probar con mierda. Yo me he pegado por diversión. También por medirme a mí mismo y demostrar a los demás. Sentirme más bravo que nadie. De hecho, iba a por los que más fama tenían. Como un reto para superarme. Pasada mi juventud, he pegado por rabia. Además, se me va la mano. Pero me gusta pegarme y sé pegarme.

¿Cuándo ha sido la última vez que has pegado a alguien?

No hace mucho. Una historia de una deuda. Le pegué con la mano abierta. Un zurdazo. Así tumbas a un tío, ¿eh? También tuve una pelea hace unos años con tres. Pues los tres al suelo. 

¿En qué crees, Loic?

Creo en Dios pero no como tú lo entiendes. Creo en el Bosón de Higgs. En la partícula que lo rige todo.

¿Eres feliz con lo que tienes?

Nadie tiene lo que quiere, porque es imposible. Tenemos que aprender a querer lo que tenemos. Tengo a mis hijos, mi casa y mi muro roto. Que nadie me toque los cojones y me dejen como estoy. He aprendido a querer lo que tengo, a pesar de no tener lo que quiero. He elegido el camino del bien y del amor.