La esperada desescalada - palabro feo donde los haya- llegó. Ahora hay media España que se diferencia de la otra media en que pueden sentarse en una terraza a tomarse una cerveza, Algo que, si ya era un lujo, ahora se convierte en un auténtico objeto de deseo.

Pero, mientras la atención se centra en esas terrazas o esas tiendas que han abierto o en las que no han podido hacerlo, el infierno continúa para muchas mujeres, un infierno para el que no hay desescalada posible.

En su día ya advertimos que, con el confinamiento, los casos de violencia de género aumentarían, al verse muchas mujeres obligadas a permanecer encerradas junto a su agresor las 24 horas del día. Ahora, cuando empezamos a salir del encierro, hay quien se empeña en destacar que nos equivocamos, que no ha habido un aumento en el número de muertes. Algo que parece alegrarles más por el hecho de tener razón - y más aún de que erráramos - que por la buena noticia que supone que haya habido menos mujeres asesinadas de lo que algunas estimaciones preveían.

Es curioso. Al margen de quién tuviera razón, que no haya habido un repunte de asesinatos debería ser una buena noticia para cualquiera, aunque sin olvidar que cada una de las víctimas mortales sigue siendo un fracaso como sociedad. Tal vez las advertencias, la concienciación y las medidas tomadas hayan dado, por fin, su fruto, aunque esa interpretación no interese a quienes insisten en que esto de la violencia de género es una milonga.

Por desgracia, lo que no ha sido una milonga es el tremendo aumento de las llamadas al 016 y a los teléfonos de emergencias. No ha sido una milonga la cantidad de mujeres que se han sentido en riesgo en ese infierno cuyas puertas recién abiertas no hacen sino avivar el fuego del miedo.

No podemos echar las campanas al vuelo, porque el enemigo sigue ahí. El confinamiento no ha acabado con el coronavirus, pero tampoco con el virus del machismo. Ha mantenido a raya sus peores consecuencias en uno y otro caso, pero el germen sigue agazapado esperando a pillar desprevenidas a sus futuras víctimas.

Mantengámonos alerta. Ahora que acabó la situación de control absoluto tras las puertas cerradas de esos infiernos, lo peor podría estar acechándonos. Y quizás estemos a tiempo de ayudar a esa amiga, a esa hermana o a esa vecina que quieren salir de ahí.

Ojalá me equivoque, y dentro de unas semanas me puedan llamar exagerada, agorera o ceniza. Nada me gustaría más.