La desertificación es el proceso que ocurre en las tierras fértiles de las zonas secas cuando se vuelven tierras improductivas. Algunas de sus principales consecuencias son la pérdida de especies animales y vegetales, inseguridad alimentaria, pobreza y fenómenos climáticos como inundaciones o huracanes. En concreto, la Convención de Lucha contra la Desertificación de las Naciones Unidas ha definido a la desertificación como “el proceso de degradación del suelo resultante de factores como las variaciones climáticas o las actividades humanas”.

La pérdida de los suelos fértiles trae consigo la incapacidad de los ecosistemas para cumplir con sus funciones reguladoras. Las zonas más susceptibles de sufrir el efecto de este fenómeno son las áreas áridas, semiáridas y subhúmedas. En este contexto, a nivel Europeo, España es el país que tiene mayor riesgo, con un 75% del territorio en grave peligro y un 6% ya degradado de forma irreversible.

Con estas alarmantes cifras, las previsiones no son buenas y el avance del cambio climático apunta a que en nuestro país los periodos de sequía serán cada vez más frecuentes e intensos. A diferencia con la desertización, un proceso natural por el que una zona húmeda se convierte en desértica, en la desertificación la responsabilidad es humana.

El 17 de junio se celebra el Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía y uno de los objetivos de esta efeméride es recordar y concienciar sobre la importancia de actuar ante este problema mundial de extrema gravedad, ya que afecta a millones de personas.

Soluciones contra la desertificación

Las principales actividades humanas que provocan el desgaste de la tierra son tres: la deforestación (tala indiscriminada de árboles y arbustos), sobrepastoreo (el pastoreo intenso impide que las plantas puedan regenerarse) y la agricultura intensiva (el modo de cultivo que fuerza la tierra para obtener el máximo beneficio, agotando con ello los nutrientes del suelo).

Así, entre las soluciones a este problema se encuentran: la reforestación y regeneración de las especies arbóreas, mejorar la gestión del agua, enriquecer y fertilizar el suelo mediante la regeneración de la cubierta vegetal, permitir los brotes de especies arbóreas nativas o frenar el avance de las dunas con barreras naturales utilizando árboles.

Ley de cambio climático

El pasado 13 de mayo se aprobó en el Congreso de los Diputados la primera Ley de Cambio Climático y Transición Energética de España. Esta nueva ley contempla una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero del 23% hasta 2030 respecto a los niveles de 1990 y el objetivo de lograr la neutralidad climática a más tardar en 2050.

La organización WWF ha señalado los puntos más positivos de esta nueva ley: la prohibición de que se puedan conceder autorizaciones para nuevas explotaciones de hidrocarburos o para la minería de uranio, los avances en aspectos relacionados con las finanzas climáticas, la inclusión de prescripciones técnicas de criterios de reducción de emisiones y de huella de carbono en pliegos de contratación o la inclusión de aspectos relacionados con la alimentación para que se primen los productos de temporada, frescos y con un ciclo corto de distribución.

Asimismo, destacan el establecimiento de zonas de bajas emisiones en los municipios de más de 50.000 habitantes no más tarde de 2023, la inclusión de un mecanismo que permita que el desarrollo de las energías renovables no impacte negativamente en la biodiversidad o que se haya fijado el límite para alcanzar la neutralidad climática en 2050.