Acaba el verano. Los últimos rayos de sol golpean mi piel salada. Gotas de mar se deslizan por la epidermis y mis pies se posan en una alfombra de arena. Se escuchan gaviotas y el sonido de una pelota golpeando contra palas de madera. Niños ríen y corren por la orilla. Un anciano de pelo blanco y piel morena hunde su cuerpo bajo olas de color azul oscuro que mueren sin cesar. En los extremos de la postal, dos brazos verdes asimétricos amenazan al horizonte. Acantilados en los que el prao se funde con el mar. El verde que desemboca en el azul. Una isla con un faro y barquitos veleros se contonean a su alrededor. Reina la paz. Sentado en una silla, me hallo frente a frente con la belleza. Poso el libro que estoy leyendo en mi regazo, cierro los ojos y llego a la conclusión de que Dios existe. ¿Será esto el Cantábrico Moral?
Mediterráneo Moral y la palabra de Nacho Raggio
Nacho Raggio es el padre del Mediterráneo Moral. Un malagueño que teoriza sobre las virtudes de este mar generador de civilizaciones y origen de todas las cosas buenas que existen. La herencia cultural de tres cabezas: Grecia, Roma y Judeocristianismo. "Al principio fue solo un invento para refugiarme del resto de ideologías. Las ideologías no son más que patologías que ciegan y enloquecen e impiden una comprensión de lo real. Toda ideología te exige una pureza de dogmas y yo quería vivir y pensar sin contradicciones", explica en la revista Centinela.
Raggio define el Mediterráneo Moral como una forma de vivir y comprender el mundo que rechaza las ideologías posmodernas por su carácter patológico y dogmático. Propone una moralidad basada en la verdad, en la esencia de las cosas tal como son y no como quisiéramos que fueran. Un refugio ante el caos. Para Raggio, el verdadero placer no se encuentra en los excesos, sino en la moderación y en la capacidad de disfrutar los pequeños placeres de la vida con atención y cuidado. Sexo, alcohol, comida. Este hedonismo está estrechamente ligado a la estética y la cultura mediterránea, donde se valora la belleza, la pausa y el disfrute medido de la vida.
He escuchado teorizar sobre los principios de esta filosofía y he llegado a la conclusión de que es La Verdad. Me rindo ante el Mediterráneo Moral. Ya no solo por creencia sino también por mera impotencia ante la superioridad aplastante. Un poco como con el Real Madrid. Es el modelo correcto de cómo se debe vivir y lo reconozco como la civilización suprema. El meme del barbudo con hoja de laurel se cumple siempre. Siempre.
El poder de la familia, la amistad y el aceite de oliva frente la individualización del norte y la barbarie anglosajona. La sobremesa, las charlas al fresco y las minifaldas. El cine de Sorrentino o el Tiny Desk de C. Tangana. Un tutto passa tatuado en el pecho de un anciano napolitano. Los tuits del periodista Álvaro Berro y el rap de Vittore Montesco. Contemplar cómo el vino fluye pegajoso por el cristal mientras todo se va al carajo. Ver como el sol se funde en el mar. La erótica del fuego. Me rindo ante todo ello, sintiéndome, a veces, una especie de impostor porque soy un orgulloso hijo del Cantábrico. ¿Es eso un problema?
Nacer en Santander no debería ser excluyente de sentir como propio el Mediterráneo Moral. Veámoslo como una especie de ramificación. Al final, el Mediterráneo Moral es un hilo transversal que conecta Atenas con Lisboa y, por qué no, Buenos Aires. ¿Cómo no lo va a hacer con una capital marinera del norte de la península ibérica?
A pesar de mi buena intención, no sé qué significa que te bañe el Mediterráneo. No me he criado en ese mundo ni he respirado su aire. No me gusta el Negroni, no me queda bien vestir de lino blanco, prefiero unas Nike TN a unos zapatos y a los treintaipico sigo llevando chándal y gorra. La elegancia debe tener algo en mi contra. Veo un vídeo de un tío en traje tomando un café en una terraza de Roma, reloj de oro, pelo engominado y fumando como Paul Newman y digo: 'Soy yo literal'. Pero no. No soy yo ni pa' atrás.
Aún así, no desisto. La libertad intrínseca del Mediterráneo Moral me permite apropiarme de él y reivindicar las particularidades del Cantábrico Moral. Los códigos del mar y de la montaña. La quesada y un machote al horno. Herederos de Roma y de los bárbaros que defendieron su tierra hasta las últimas consecuencias. Entre Corocotta y Marco Aurelio. Cantabrum indoctum iuga ferre nostra. Los ancianos que comían tejo cuando no servían para el combate y los soldados que conquistaron el mundo. "El río Ebro nace en tierra de cántabros; grande y hermoso, abundante en peces", dijo Catón El Viejo hace más de 2.000 años.
El Cantábrico Moral también es una forma de encarar la existencia. Los colores son distintos. Prima el verde y el azul. Los sentidos perciben elementos diferentes. El olor a cuadra, el sonido del daye cercenando la hierba y la bruma acechando la ciudad. Un viejo pasiego con un cuchillo en la mano tallando unas albarcas. Un cocido montañés al fuego de una cocina de leña. El eco aullando en la concha de los caracolillos y el crujir de la cola de los bocartes. Adopto la raíz del Mediterráneo Moral y lo llevo a mi escenario. Aunque llueva o sople el sur, el núcleo de la felicidad es una vida en el norte bajo los preceptos del Mediterráneo Moral.
Nuestra relación con el Sol también es diferente. El Sol es el dios generador de la civilización y el elemento sobre el que gira el Mediterráneo Moral. El Cantábrico está lleno de frio y siempre llueve en domingo. Sin embargo, cuando sale el sol ha de venerarse como lo que es. La fuente de la vida. Es todo muy fácil cuando te regala su presencia 300 días al año. Lo difícil es esperar 300 días para que aparezca en plenitud. El sol que baña el norte en verano es el sumun de las estrellas. La que todo lo ve. Ese Sol reflejado en la fría mar y que dora tu piel con un color único sin necesidad de una crema protectora.
Por todo ello, encaro cada verano con la ilusión de fundirme de forma efímera en el Cantábrico Moral y la templada seguridad del héroe que sabe que algún día lo hará para toda la eternidad.