Ayer era el Día europeo contra la trata de seres humanos. Algo que, si en condiciones normales no tiene demasiada repercusión, en la actual situación pasó desapercibido. Incluso tuve que soportar cómo en redes sociales alguien me reprendía agriamente por reivindicar la situación de las víctimas de trata, cuando todo el mundo está preocupado por la pandemia del coronavirus.

No le respondí, porque, como dice el refranero, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Pero si lo hubiera hecho, hubiera sido para decirle que, lamentablemente, esta pandemia también les afecta. Y, como personas vulnerables que son, más que a la mayoría.

No me refiero, claro está, a sus condiciones de salud o edad, que serán las que sean en cada caso, sino a algo muy diferente, sus condiciones de vida. Si tenemos en cuenta que cerca de doce millones de personas son víctimas de trata en el mundo -de las que la mayor parte son mujeres y menores de edad- podremos calcular estadísticamente que el número de ellas que enfermarán de esta maldición moderna no es nada despreciable,

Pero la maldición que ellas sufren es mucho más antigua y, sobre todo, permanente. Para nosotros, más tarde o más temprano esto pasará y recuperaremos nuestra vida. Para ellas, no se sabe cuándo pasará porque la vida en libertad la perdieron hace más tiempo.

Estas mujeres prostituidas, a las que vemos sin mirarlas, se paseaban hasta hace nada por las rotondas de nuestra ciudad sin que su terrible situación fuera objeto de atención. Pero parémonos a pensar. Si entonces era triste, ahora debe ser dantesca. Confinadas con quienes les esclavizan, y sin poder hacer aquello para lo que fueron captadas, sus vidas corren un enorme riesgo. Porque sin poder realizar esos servicios sexuales remunerados -que deberían ser la vergüenza de nuestra sociedad- que son a la vez su condena y su única esperanza de liberación, para redimir esa supuesta deuda que los tratantes les obligan a pagar, sus vidas pierden el único valor que tenían para quienes les esclavizaban.

Además, ¿alguien puede suponer que en estas circunstancias sus condiciones de vida y las medidas para evitar el contagio o para tratar la enfermedad si se infectan van a ser las adecuadas? La respuesta es obvia. Pero, por desgracia, la solución no lo es en absoluto.

Empecemos, al menos, por tenerlas en cuenta. Y por recordar que, si sus cadenas siempre aprietan, hoy lo hacen más.