Cádiz supuso el triunfo de la tendencia progresista más audaz y humanista posible, desde el espectro político existente e imaginable en aquel entonces. Hablamos de una verdadera Revolución institucional. Lo que allí ocurre es de todo, menos conservador. Por supuesto eran posturas selectas, burguesas, derivadas de una minoría escogida de la población, en reacción a su contraria (que persigue conservar la realidad de su status quo). No es ningún secreto que el populacho se da por descontado, salvo para arengarlo en las parroquias y alzarlo en armas, siempre por los mismos, pero ello no resta un ápice de mérito a la convulsión histórica que supone el estallido democrático de un nuevo ideario que busca no sólo edificar un nuevo Estado frente al absolutismo, sino un nueva escala de valores en el hombre y en su contrato social.

Una elite de intelectuales, no desde la lucha de clases (aún por desarrollarse)  sino revolucionaria en su pensamiento, transformará, desde la razón humanista, una imposición medieval, inquisitorial y feudal, en una soberanía nacional, un rey sometido al parlamento, una división de poderes, y a unos súbditos en ciudadanos. Se reconocen derechos individuales, la propiedad privada, la inviolabilidad del domicilio, la libertad de imprenta, el derecho del pueblo a ser ilustrado, la igualdad ante la ley, el sufragio universal masculino, se debate la supresión de la Inquisición, las desamortizaciones eclesiásticas o la reforma del clero. Es un cataclismo. Algo jamás visto en nombre de la razón y la dignidad humana.

Ahora descubrimos cómo algunos no sólo se apropian de Cádiz; por lo visto sus tatarabuelos compartían incluso los argumentos napoleónicos que en España les llevarían a la muerte o al exilio como mal menor. Consuela saber que estamos gobernados por héroes dispuestos a arriesgar sus vidas, no hay más verlos. Pero lamentablemente, las reformas actuales serían lo más parecido a ver las tropas de Fernando VII someter con más diezmos a los de siempre, su asfixiada chusma. La versión gaditana de la Revolución Francesa, no es que no pueda asemejarse a los liberales de hoy; ni siquiera podría extenderse a la socialdemocracia actual. Las consecuencias de Cádiz hoy, serían similares a las derivadas de establecer de la noche al día, la creación de una Banca Nacional, someter la CNMV a la supervisión de Hacienda, promover un nuevo estatuto del BCE, la lucha contra el fraude fiscal, los paraísos fiscales, el blanqueo de capitales, una tasa sobre transacciones,  modificar la ley hipotecaria, derogar la gansteril prescripción de los delitos económicos, incrementar la longevidad de sus penas, etc, etc. Entrado el XXI, todas estas medidas resultan para el dogma, una entelequia marxista sin rigor alguno. Por eso, a falta de revoluciones, de Cádiz y de clase política, unos pasan de absolutistas a liberales y otros ya no saben ni cómo fingir...

Alex Vidal es licenciado en derecho, escritor vocacional y autor del blog Crónicas de la Razón Práctica