‘¿Y si matamos al rey en un puticlub?’: Esta duda surgió hace más de 200 años entre un grupo de liberales españoles allá por los tiempos de Fernando VII. Este rey, que pasará a la historia por ser un gran promotor de la república, dado su nefasto comportamiento, reinaba a sus anchas en la España de 1816.

Su bellaquería había llegado a tal punto que cometió alta traición al abolir la constitución de 1812 que él mismo había jurado.

Estas maniobras torticeras estaban muy mal vistas en otros países verdaderamente constitucionalistas, donde la alta traición, como sucedió con Luis XVI, se castigaba con la mayor condena.

Ahora bien, no todo el mundo aceptaba de buen grado que la corona de España estuviese en las sienes de un inepto redomado como era Fernando VII.  Sobre todo aquellos que se habían dejado la piel en la guerra de la independencia con tal de que el monarca volviese, sin saber, claro está, que a quien añoraban era en realidad su peor enemigo.

Por ello en 1816 el ánimo se empezó a caldear. El rey había mandado torturar y cuando no ejecutar a los hombres más válidos de su reino y mientras tanto optó por rodearse de la chusma más selecta del momento como Perico Chamorro aguador de la Fuente del Berro a quién había conocido en un prostíbulo.

Nadie puede decir que no estaban avisados, pues Fernando VII dio muestras de ser un miserable toda su vida, traicionó a sus padres en el Escorial y una vez pillado delató a sus compinches, eso sí, siempre se arrepentía, y como en aquella ocasión pedía perdón  diciendo literalmente “Señor: Papá mío: He delinquido” y “Señora: Mamá mía: Estoy arrepentido” pero volviendo a las andadas en cuanto podía.

Posiblemente la mala educación sumado a un carácter rayano a lo psicopático hizo de Fernando un ser despreciable, en el que lo último que se podía hacer es confiar. Por eso llegado 1816 y con dos años de absolutismo a sus espaldas, consiguió él solito el hartazgo de buena parte de la sociedad.

Entre ellos Ramón Vicente Richart, un jurista alicantino que logró importantes cargos en el Consejo de Castilla años antes de la guerra de la Independencia  y que dio buenas muestras de pericia militar durante la misma capturando importantes mandos napoleónicos.

Pero además de tácticas militares Richart había aprendido de la guerra el arte del espionaje y como tal actuó en Toledo en 1808 logrando una información privilegiada para el ministro de guerra español Juan O´Donojú.

Estos conocimientos sumados al hartazgo acumulado hicieron que Richart no aguantase más y pusiese punto y final al absolutismo con una medida tajante, acabar con el rey.

Para ello creó una sociedad secreta basada en el modelo triangular creado por el exjesuita Adam Wishaupt (fundador de los Iluminati de Baviera) según la cual un posible detenido solo podía delatar a otros dos compinches pero no a toda la red que formaba la conspiración.

El plan de Richard contaba a demás con un factor clave, el lugar donde atrapar al rey, un prostíbulo, situado posiblemente en las inmediaciones de la puerta de Alcalá frecuentado por Fernando VII y sus colegas de correrías (hoy diríamos asesor) Perico Chamorro.

 

Tan frecuentes eran estas visitas y tan conocidas por sus aduladores como el duque de Alagón (en la imagen) que uno no sabe si la frase de “así se las ponían a Fernando VII” hacía referencia a las bolas de billar o a las chicas que frecuentaba.

Finalmente aquella conspiración liberal, llamada del triángulo, se vino abajo. Dos sargentos de la marina delataron a Richart y poco a poco fueron saliendo nombres claves en el bando liberal Espoz y Mina, Rafael de Riego, Juan Diaz Porlier o Luis Lacy entre otros.

Liberales que no acabaron con el absolutismo por falta de decisión, unos preferían matar y otros tan solo secuestrar al rey Felón.  Impidiendo que la monarquía española terminase de la manera más campechana que uno pueda imaginar, sucumbiendo para siempre en las sábanas de un lupanar. 
 

Vicente Richart junto con Baltasar Gutierrez Barbero fueron ejecutados en la plaza de la Cebada (en la imagen).  Sus restos descuartizados fueron repartidos por las vías de acceso a Madrid al más puro estilo medieval.​