Ya casi nadie lo recuerda. Algunos intentaron ningunearlo cuando aún vivía; otros lo menospreciaron e incluso lo vituperaron con toda clase de calumnias e infamias; muchos otros han ansiado enviarlo a la papelera de la historia o, a lo sumo, al baúl de los recuerdos. Por desgracia somos muy pocos, en Cataluña y también en el resto de España, los que encontramos a faltar la voz decidida y firme de aquel gran político que fue el presidente de la Generalitat Josep Tarradellas.

El ministro de Asuntos Exteriores en funciones Josep Borrell ha tenido el acierto de traer ahora al debate político y electoral a quien, después de una intensa vida política juvenil -precoz militante catalanista, cofundador de ERC, diputado a Cortes y en el Parlamento de Cataluña por dicho partido y consejero del Gobierno de la Generalitat republicana...-, ya en el exilio, en 1954, fue elegido presidente de la Generalitat, supo mantener con gran dignidad institucional este cargo en su residencia en Saint-Martin-le-Beau, cerca de Tours, y protagonizó el que sin duda fue el acto más rupturista de la transición de la dictadura franquista a nuestro actual sistema democrático: su retorno del exilio, en 1977, y su reconocimiento oficial como presidente legítimo de la Generalitat, con todo cuanto aquello representaba de reconocimiento de la democracia republicana.

Desde su muerte, el 10 de junio de 1988, el recuerdo de Josep Tarradellas a menudo me viene a la memoria. Le conocí en 1960, en su precaria residencia en el Clos de Mosny, le traté luego en otras ocasiones, en Francia y también ya en Barcelona, durante y después de su época como presidente de la Generalitat provisional. Ahora, al releer el texto que Josep Borrell ha sacado a colación en esta campaña electoral, me ha parecido oír de nuevo la voz clara y enérgica de Josep Tarradellas, la voz del hombre de profundas convicciones democráticas que siempre fue, capaz de enfrentarse a los suyos cuando tenía graves discrepancias con ellos en momentos históricos trascendentales -lo hizo con Francesc Macià y Estat Català y lo hizo con Lluís Companys-, pero capaz también de solidarizarse con ellos cuando, como le ocurrió a Companys, fue encarcelado por su absurda proclama del 6 de octubre de 1934, de la que Tarradellas abominó siempre, hasta el mismo fin de sus días.

El texto citado ahora por Josep Tarradellas es, por desgracia, muy actual. Fue tristemente premonitorio cuando el entonces ya expresidente de la Generalitat lo envió en forma de carta al entonces director de “La Vanguardia”, aquel gran periodista que fue Horacio Sáenz Guerrero. Han pasado más de treinta y ocho años desde la publicación de la carta, con fecha de 16 de abril de 1981. Su texto sigue siendo actual y me resulta imposible sintetizarlo, tal es el rigor de la denuncia rigurosa que Tarradellas hizo del discurso y la política nacionalista de Jordi Pujol, su inmediato sucesor en la Presidencia de la Generalitat, cuando Pujol llevaba apenas un año en el cargo.

A mí, como ciudadano de Cataluña que soy, la relectura íntegra de la carta del presidente Josep Tarradellas, me ha servido de excelente elemento de reflexión electoral. Léanla ustedes, o reléenla, como he hecho yo. Y luego, por favor, voten. A buen seguro que Tarradellas lo haría.